El
portal cuántico nos dejó en una playa. Después del acostumbrado mareo y de
alejarnos de las palmeras que habían cubierto nuestra llegada seguía
sintiéndome extraño con la ropa que llevaba puesta mientras la mayoría de gente
presente disfrutaba del exquisito clima, casi libres de ropa. Critias empezó a
decirme lo que estaba por ocurrir.
-Estamos
en tu tiempo, enero del 2015. Los atlantes se encuentran en algún lugar del fondo
del mar Caribe, en esa zona que ustedes llaman el triángulo de las Bermudas-,
comentó.
-¿Desde
cuándo están allí? ¿Cómo es que no se les ha encontrado hasta el momento?-, pregunté.
Mientras
caminábamos por la playa se veían las últimas horas de la tarde. Algunas
fogatas se encendieron a nuestro alrededor.
-Ellos
nunca se desaparecieron. Después de una época de tiranías estaban perfeccionando
un nuevo tipo de energía geo-mecánica. Su conocimiento tecnológico les había
llevado a controlar parcialmente la energía de los sismos y estaban a punto de
tener éxito. Ogul fue el científico que desarrolló las pruebas, pero los que
gobernaban las tierras de la Atlántida ya tenían un fin para esta nueva forma
de energía. Deseaban dominar el mundo a costa de la destrucción de su
antagonista, los lemurianos-, dijo.
Ya casi
oscureciendo nos acercamos a la orilla del mar por un lugar algo alejado de las
fogatas y de la actividad. […]
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Critias
no decía nada. Solamente me miraba. Le causaría curiosidad mi expresión. Me
daba la impresión que él ya había pasado por lo mismo en otra ocasión. No
mostraba el más leve asombro.
De
pronto el viaje se terminó. La energía que formaba la esfera se desvaneció. Nos
esperaban algunas personas de aspecto bastante normal. Debido a la diferencia
de colores de piel y ojos no podía adivinar de qué continente podrían. Habían
amalgamado varias culturas.
Se
presentó una mujer de unos treinta años, escoltada por su séquito. Critias nos
presentó.
-Jonás,
ella es Silvia, soberana de Atlantis, encargada del bienestar de su pueblo-.
-Mucho
gusto-, alcancé a decir. Verdaderamente no encontraba palabras para saludar adecuadamente
a un personaje de ficción, hasta hoy.
Silvia
y otros más se rieron con cierto aire de culpabilidad. En el rostro de Critias
se dibujaba una expresión de terror.
-Jonás,
debes ser cuidadoso con lo que piensas porque ellos lo sacan de tu pensamiento.
Esta vez les ha parecido gracioso, no siempre es así.-, dijo.
-Si bien
yo no soy un atlante, tengo esa misma facultad-, agregó.
Alguna
vez me encontré con gente que hacía uso de esa cualidad, aunque es bien difícil
descubrirlos o ponerlos en evidencia pues se escudan de muchas maneras. Para
ellos es una gran ventaja mantener oculta esa característica porque les genera
beneficios, aún a costa de perjudicar a los demás. Al descartar las
suposiciones válidas solamente queda aceptar lo inaceptable: que la mente puede
ser escaneada, condicionada y programada a distancia.
Otra
vez aparecieron sus risas. Ya repuesto, a Critias también le pareció gracioso
mi razonamiento.
-Si es
difícil controlar la lengua, es imposible detener el pensamiento. Lo mejor que
uno puede hacer es decir la verdad, esa sincronía con la mente, los
sentimientos y lo que la lengua dice sin callar. Ese punto de avance moral está
aún bastante lejos de tu civilización-, dijo.
-La
única manera que podemos evitarlo es que pasemos a ver lo que hemos venido a
ver-, dije con suavidad.
Silvia
en persona se encargaría de pasearme por el lugar pues su séquito se estaba disolviendo
a raíz de mi comentario. Critias se despidió levantando la mano. Nos quedamos los
dos solos.
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