Realmente
sí que estaba en problemas. Detenido y sin señal de teléfono no pude
comunicarme con nadie. La delegación era pequeña y la cantidad de efectivos era
tanta como una gaviota para una isla completa.
Aún
seguía contrariado. La piedra estaba completa. Yo tenía el jade y los segmentos
de oro bien escondidos en casa pero cómo habían llegado hasta aquí… Recordé
acerca de las sorpresas que la piedra podía fabricar y no quedaba otra
explicación. Por alguna razón se había completado y me incriminaba como
saqueador de tumbas. Nadie entendió que se trataba de una piedra que encontré
en el camino entre Arequipa y Cusco. Cuando me preguntaron si el oro crecía en
la puna, no supe que responder. Tartamudeé un poco sin poder articular algún
argumento razonable. Se rieron de mi expresión y me detuvieron. Ahora a pensar
el motivo que tuvo la piedra para hacer esto.
Después
de un par de horas sin poder inventar una explicación coherente para lo
sucedido, al menos la calma se había apoderado del lugar. Esperábamos al
teniente a cargo de la delegación. El parte estaba casi terminado, solamente
esperábamos al oficial para responder algunas preguntas acerca de dónde había
conseguido todo. Si sospechaban que mentía, me esperaban grandes tribulaciones.
Yo
pensaba que las cosas no podían ponerse peor cuando el lugar comenzó a
alterarse. Los guardias hablaban entre ellos acerca de no tomar acción, que
debían demostrar tranquilidad en todo momento.
Por
entre las rejas de mi nuevo apartamento logré ver parte de una incursión de
nativos armados con lanzas que habían ingresado al lugar. Al parecer tenían
rodeada la instalación policial, porque eran demasiados y querían algo. Ese
algo era yo. Al parecer la piedra, el oro y el jade tenían un significado
mágico para ellos y deseaban llevárselo junto conmigo. Algo les había
fastidiado porque ante la pacífica negativa de los encargados, los nativos
habían levantado sus lanzas en una forma poco amistosa, apuntando al escaso
personal policial.
Alguien
abrió la reja pidiéndome que salga. En su rostro veía la expresión de quien no
sabía qué pena era peor: si estar detenido y procesado por la justicia o ser
capturado y procesado por los achuar.
Mientras
salía del lugar me rodeaban los nativos, conduciéndome hacia la selva. A través
de un sendero íbamos desapareciendo ante la mirada atónita de mis captores
iniciales que solo atinaban a rascarse la cabeza.
Los
achuar no me trataron en mala forma. Muy por el contrario me advertían de las
imperfecciones del suelo y de algún peligro como las serpientes y otras
alimañas propias de la selva. Me invitaban agua porque el calor era
insoportable. Después de tres horas de caminata llegamos a lo que sería un
pequeño caserío. Tan rústico como su apariencia. Determiné que esa zona era
prohibida para cualquiera que no fuese de su tribu. Aquí no llegaba nuestro
estado peruano ni el largo brazo de la ley. Estaba en sus manos.
No entendía
nada de lo que hablaban. Me condujeron hacia una choza pequeña mientras un
montón de curiosos de su etnia me miraban y también miraban a la piedra, que
estaba adentro ahora completa. Sentía su miedo y me produjo cierto temor saber
que se podía salir de control.
Sentí
por detrás de mí una punta de lanza que hincaba mi espalda. En ese instante pensé
lo peor. Al llevar la piedra con el jade y el oro habría estado robándoles algo
que les pertenecía y ahora iban a hacerme pagar por eso.
Instintivamente
volteé y encontré algo insólito. Anawi era el de la lanza. No lo esperaba ni en
un millón de años. De pronto todo tenía sentido. Sería el momento de sellar la
piedra y viajar a otro tiempo porque debía hacerse ya.
Más
tranquilo, volví a sentir el poder de la piedra. La visita a este punto casi
olvidado del mundo en donde sólo esta etnia constituye la nación, no era
casualidad. Esperaba hacer mis ventas de todas maneras pero todo eso pasó a un
segundo plano. Ahora concentrémonos en la nueva misión.
-Hola
Jonás. ¿No te habrás asustado con nuestra recepción al estilo Achuar?-, dijo
Anawi mientras soltaba una carcajada. Todavía asustado respondí que se habían
pasado de la raya, que ya no se trataba de una broma pesada.
-La
piedra es la única que debería estar molesta. No has hecho caso de su invitación-,
agregó.
-No
deseaba sellar la piedra, extraño a mis amigos-, dije.
-¿Quién
dijo que debías sellar la piedra? Debes hacer un viaje al futuro y la piedra no
te servirá más. Es un prototipo. Las cosas van a otra velocidad, respondió.
La
verdad no esperaba todo esto. Pregunté: ¿No era lo que el Señor del Tiempo
quería?
Anawi
continuó: ‘Esperábamos que te acerques a la piedra y que coloques su parte
superior completa. Al sellarla inmediatamente irías al futuro. Pero previamente
debías llevar el mensaje a muchas personas y autoridades como quedaste con el
señor del tiempo, tal cual hiciste. Eso lo sabemos todos los que dejaste en el
Cusco, la última vez que nos vimos’.
-¿Cómo
es que se viaja de la nueva manera? ¿Será con otra piedra similar a esta o es
la misma que se partió en dos?-, pregunté.
Anawi
me mostró un medallón que llevaba en el cuello. Era como un placa circular con
la figura de nuestra piedra grabada en relieve por ambos lados. Acto seguido
sacó otro igual de una bolsa que llevaba al hombro. Me lo entregó.
-Póntelo
de inmediato para que no te pierdas de lo que viene. Viajar al futuro es algo
más sencillo pero tiene sus bemoles-, dijo mientras se reía.
Me puse
el medallón. Luego empecé a contemplar cada detalle. La hechura metálica, los
motivos grabados al igual que el original. El disco era algo grande para ser un
medallón pero era bastante ligero. Por el color estaría hecho de cobre pero al
ser muy liviano dudaba que estuviese hecho de ese metal.
Empecé
a preguntar por K, por Túpac, Cahuide y otros más.
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