jueves, 22 de enero de 2015

EPILOGO

CAMINANDO POR MIRAFLORES. LA NUEVA MISION Y LOS NUEVOS SERVIDORES.

EL PRIMER VIAJE - DICIEMBRE DEL 2012

EL ORIGEN DE LOS SERVIDORES DEL TIEMPO. LA PIEDRA SE MULTIPLICA EN DOS. CUEVAS DEL TIEMPO EN CIENEGUILLA. LA RAZON DE SER Y OBJETO DEL SEÑOR DEL TIEMPO.

LA RECONFIGURACION DE LA PIEDRA

TRISTE DESPEDIDA DEL CUSCO. JONAS APRENDE A SELLAR EL TIEMPO PASADO PARA PROYECTAR LA PIEDRA HACIA EL FUTURO.

LA CONFRONTACION

ALEGRIA EN MACHU PICCHU. LA CONFRONTACION CON EL SEÑOR DEL TIEMPO. LAS CUEVAS DEL TIEMPO Y SUS MENSAJES.

LA ULTIMA MISION

ENCUENTRO CON EL DR. K. EL JEFE SEATTLE Y SU MENSAJE AL MUNDO. LA VERDADERA MISION DE LA PIEDRA DEL TIEMPO.

EL REGRESO DE LA ORCA

Algo me llamaba y no sabía qué era. Me vestí y lo primero que hice fue salir a buscar la camioneta. Ya en el vehículo empecé a pasear por la ciudad vacía. A ver sus luces y su majestuosidad. Pronto me desvié de la zona urbana y estaba yendo a la deriva, al garete. Avancé tranquilamente por casi una hora hasta llegar a lo que me pareció Túcume, situada a treinta y tres kilómetros al norte de Chiclayo. Sí, aquí tendría una cita con la piedra. Eran como las cuatro de la mañana y me acercaba a los montes del lugar cuando me detuve. Caminé hasta unos montículos y con las pocas luces pude encontrar el museo de sitio, que estaba cerrado. No hubo necesidad de buscar mucho pues encontré frente a mí a la piedra, esperando ser activada de nuevo. Ya se encontraban en nuestro poder los trece segmentos, sin embargo, al parecer mi misión aún no había terminado. Recordaba nuevamente que la realidad supera la ficción, frase atribuida a nuestro pensador y ensayista José Carlos Mariátegui.

¿Cuál sería el baktun? ¿Había la piedra encontrado al Dr. K? ¿Si se salió del tiempo, cómo ir a él? ¿En qué agujero colocar el oro? Por estas tierras habían pasado al menos los moches, chimús, waris e incas. No adivinada el tiempo al que la piedra deseaba llevarme. Menos mal que seguía llevando mi piedra en la camioneta. Será que no había tenido tiempo de encontrar un buen lugar para conservarla; no sé pero seguía ahí. No era tan cierto porque los segmentos que no estaban en el Cusco sí los tenía bien escondidos, pues los había enterrado furtiva y sigilosamente de madrugada en el jardín interior de mi casa y me había cerciorado que no hubiera testigos.

[…] Mañana volveremos a las pirámides para conocer a los Caos, con quienes me identifico más. Debes cambiarte de ropas aunque de hecho se van a dar cuenta de que eres distinto. Descansa y come de lo que tenemos. Me señalaba unos alimentos ya preparados. Había algo que al probar parecía un chupe de pescado servido en un pocillo y a pesar de no contar con condimentos salvo la sal, estaba delicioso. Luego encontré en una gran vasija trozos de pescado crudo con limón a manera de ceviche. Papas, camotes, yucas y el choclito serrano. Al probar los platos sentí algo sutil que parecía picante, aunque no vi nada que pareciese ají o rocoto en ellos. Las frutas como tunas, lúcumas, chirimoyas y papayas, decidí probarlas al final.

[...] Llegamos a una de las pirámides. Al parecer ayer hubo muy poca gente porque hoy estaba atiborrado de soldados y autoridades. Nos acercamos a una de las más grandes y mientras me acompañaba, Cahuide me señaló el camino para que subiera hasta la cima. Eran casi cincuenta metros de altura, debí tomar aire varias veces antes de iniciar y durante el ascenso. Ya en la parte superior presencié algo así como un ritual. Al fondo había un palanquín con dosel para protegerse del sol, ahora en su máximo esplendor.. En la parte superior se encontraba sentada una mujer de unos treinta y tantos años. Pero su estatura la hacía destacar por sobre el resto de sus acompañantes y guardias. Nos encontrábamos rodeados de soldados moches, ataviados tal como se ven en los diversos dibujos que se han encontrado. Caras pintadas con tres franjas verticales, en rojo por fuera. Armas parecidas a mazos que terminaban en piedra tallada y afilada. Con esto infringirían golpes mortales a sus enemigos. Eran soldados de la élite Cao.

[…] Llegamos de noche y la Huaca del Sol estaba plenamente iluminada por fogones dispuestos en larga filas. Pasamos la primera guardia. El-i me llevó hasta la entrada. Habían dos guardias –no eran soldados– apostados en la puerta con lanzas cruzadas que impedían que nadie ingrese sin su permiso. ‘Hu-an’, dijo mi escolta a uno de ellos y ambos recogieron sus armas para que yo pudiese ingresar. El mencionado era gordo y fuerte como un eunuco. El otro, gordo también pero algo más bajo, solamente decía algo así como ‘eeeh’; era como si se quejase por dejar pasar a la gente. El-i me guiaba por entre los invitados, porque era una fiesta. Una fiesta muy peculiar, se trataba de una orgía. El-i seguía marcando el paso hasta que llegamos a un privado; luego de hacerme ingresar, se retiró.

[…] De pronto apareció Cahuide. ‘Sabemos que los waris están advertidos de tu misión y están muy cerca de aquí. Saben que si negocias bien será su ruina, van a impedirnos llevar el mensaje y la joya. Nosotros la llevaremos junto con el mensaje que nos debes decir en este momento. Les expliqué todo tal cual lo escuché del mismo Brujo, cosa que El-i y Cahuide tradujeron a sus soldados de inmediato. Cahuide añadió: ‘uniendo fuerzas llegaríamos a tener dos mil hombres, espero que sean suficientes. Ellos morirán antes de entregar la joya y basta que uno llegue vivo con ella hasta Túcume para que se concrete la paz. En eso se escuchó un estruendo como producido por tropas que se acercaban. Ambas guardias se quedaron abajo cerrando las entradas, protegiéndolas de cualquier intruso. Ya desde arriba se veían llegar unos diez mil hombres fuertemente armados.

[…] Agradeció: ’Has evitado que dos pueblos hermanos se aniquilen, gracias por cuidar de mis dos nietas, es hora que regreses a tu hogar. No te preocupes por Aklla, ella sabe cómo esconderse. El-i quedará bastante golpeado pero pronto se recuperará y será ascendido a general. Cahuide ahora está bastante lejos del alcance de los waris y en un día se habrá encontrado con el grueso de sus ejércitos. Mog entregará fielmente el mensaje de Manku y la joya. En unos días habrán reunido algunos ejércitos que estaban dispersos; juntos llegarán hasta los noventa mil hombres, derrotando definitivamente a los waris por cien años más. Lliw se tomará su tiempo pero le dará la familia que Manku desea. Vete ya.’

Mientras Naylamp desaparecía para siempre me encaramé en la piedra y colocando el oro en el centro empezaron a fluir las luces. En una fracción de segundo miré hacia mi costado y vi la bolsa con el jade fuera de la piedra. Ya había pasado cinco segundos pero tuve que bajarme a recoger la bolsa. Desde afuera vi cómo se tupía la cortina de luces. De un gran salto producto del pánico me introduje en el manto de energía que me llevaría de regreso. Me senté a ver si estaba completo. Sentía la fría piedra. La cortina de energía se había quedado con parte de mi ropa dejando un gran hueco revelador, pero yo estaba en una pieza. Eso era lo más importante.

LA AVENTURA INOLVIDABLE

Luego de ofrecer mis productos y de despertar el interés en ambas minas, me concentré en llegar a mi última visita, distante a tres horas y media de viaje en auto. Me contacté con las unidades que me llevarían a mi destino final. No había ninguna dispuesta a llevarme debido a un huayco que había bloqueado la carretera cerca de Chagual, un punto a tres horas que estaba próximo a mi destino. Después de casi una hora logré convencer a alguien que me lleve con la condición de que si hasta la mitad del camino no pasaba algún vehículo de regreso, retornaríamos a Retamas y pagaría todo el importe. Menos mal que a la hora de haber partido nos cruzamos con el primer convoy de camiones que confirmaba la apertura de la vía. Luego de pasar Chagual, llegamos a Vijús. Era cerca del mediodía y debido a los 37°C de temperatura no me recibirían sino hasta las tres. Después de hospedarme en las cercanías de la minera, de bañarme y almorzar por ahí, me percate que el piso ecológico en algunas partes no correspondía al de la selva alta, según la clasificación del especialista Javier Pulgar Vidal. A lo lejos y bien abajo se divisaba el Marañón, que debido a las intensas lluvias casi inundaba el punto más bajo en la carretera.

[…] De pronto me encontré con la piedra. Regresé al hotel para sacar la mochila con la parte superior. Me preguntaba qué podría pasar esta vez. Los viajes anteriores habían sido relativamente complicados, pero algo me decía que recuperar el segmento de este baktun no iba a ser nada fácil. La coloqué en su lugar y después de acomodarla bien, por inercia saqué el objeto de oro y lo inserté en el siguiente agujero que tenía una araña en relieve. Después de ver las luces por enésima vez y una vez terminado el paseo, me encontraba en un lugar completamente distinto, en apariencia. Era de día. El infierno verde se había apoderado del paisaje, apenas podían verse el Marañón y la playa que queda al descubierto en época de pocas lluvias. Selva pura. Me estaban esperando unos nativos, uno de ellos se me acercó. Su español me hacía recordar mis viajes a Tingo María y Tarapoto, aunque de donde venía yo, no se habían extendido tanto. Me explicó que sospechaban que el segmento podría estar en Pajatén o en Kuélap. Los dos pueblos estaban unidos por la vertiente del Marañón. Nos reunimos con otros nativos. Su lengua era muy básica. Me invitaron a pasar a un grupo de chozas, quizás a la más grande.

 Mi guía que se llamaba Anawi, escuchaba y me decía: ‘creen que la piedra está en Kuélap que está bien lejos de aquí, pero si no estuviera allá sería penoso regresar hasta el Pajatén que está tan cerca’. Luego me contó que los que custodian la piedra no confían en los extraños, ni siquiera en ellos mismos. Pensé que iba a ser difícil recuperarla. Ya lo veremos. Me condujeron a otra choza más pequeña en donde pude preguntar más cosas a Anawi. Ya me esperaban unas ropas de nativo. ‘Eres muy grande, vas a despertar sospechas que no queremos’, me decía. Le pregunté por qué a la ida el oro se desintegraba, en cambio al retorno el segmento de oro recuperado ya no desaparece.

Anawi respondió que los segmentos de la piedra llevan algo en su interior que absorbe la energía del planeta y ya no se necesita disponer del oro, pero que solamente funcionaría cuando se hayan reunido varios de los trece segmentos. A medida que seguía haciéndole más preguntas, mi asombro era cada vez mayor. ¿Cuál era el fin de recolectar los segmentos? Al reunirlos todos deberás sellar los trece baktunes. Después de eso se abrirán otros trece hacia el futuro.

[…] Mis brazos y piernas estaban plagados de picaduras de mosquito, pero los nativos no las tenían. Mi guía me explicó que mi sangre estaba fresca y que era lo que más preferían los zancudos. Pero luego de unos días de ser picado se aburrirían de su sabor y dejarían de hacerlo. Después de esos dos segundos en que mi cara mostraba sorpresa, empezó a reírse explicándome que el cuerpo se hace inmune a la saliva del bicho y que me seguirían probando, pero ya no se formarían puntos rojos por la irritación. Algo bueno es que debido a los alimentos cien por ciento naturales, estaba empezando a bajar la panza, pero había que tomar mucha agua para no deshidratarse. En eso los nativos eran especiales. Cogían árboles de los cuales extraían agua pura y fresca de sus entrañas. Intenté hacer lo mismo con uno que estaba en el camino y me detuvieron. Anawi me dijo: ‘Ése no, te vas a dormir para siempre’. Su sarcasmo era lo que lo caracterizaba. De todas maneras entendí lo peligrosa que era la selva para quien no la conocía.

[…] Caminamos hasta regresar al Marañón, en donde nos esperaban nuestras balsas. Me trepé en una de ellas. Me dijeron que el viaje por río no iba a demorar más de dos días por la fuerza de la corriente. Cogimos frutas y otras cosas que los nativos sabían que se podían comer sin peligro de enfermarse. Yo me contenté comiendo frutas nada más. El sol me había quemado como en mis mejores tiempos de playa, mientras estudiaba en el colegio y la universidad. Ya de noche no se veía casi nada. Salvo por algunos cocuyos –esa luciérnaga de la selva– que cruzaban de vez en cuando y que iluminaban con su luz verdosa nuestras embarcaciones, si se les podía llamar así.

De pronto los nativos pidieron silencio. Anawi se mostró nervioso: ‘No digas palabra alguna ni hagas ruidos porque va a pasar el guardián del río, nuestras vidas dependen de no molestarle’. Yo no veía nada porque la noche estaba más oscura que la boca del lobo, pero los nativos, acostumbrados a la ausencia de luz sí podían percibir algo. Yo apenas sentía un goteo por encima mío y que las aguas a nuestro alrededor se habían agitado un poco más. ‘Va a llover’, pensé. De pronto otro enjambre de los cocuyos que habitan en nuestros ríos, pasó cerca, muy cerca de nosotros. Lo que vi fue inaudito. Unos anillos inmensos pasaban por encima de nosotros y nuestras balsas. La luz de los insectos también nos hizo visibles para el monstruo, que aún no daba señas de notar nuestra presencia. Me hacían recordar las fotos trucadas del Loch Ness, pero esto sí era real y generaba mucho temor. Ochenta centímetros de ancho o un metro, no podía asegurarlo. No era lluvia, el animal goteaba al salir del agua.

El silencio solamente era interrumpido por el serpenteo del animal al ingresar y salir de las aguas del río. En una de esas idas y venidas chocó con una de nuestras balsas y pareció como si un par de luces de auto se encendieran en el seno del agua. Salían de los terribles ojos del guardián. Al parecer serpenteaba en medio de sueños y nuestra presencia la hizo despertar. ¿Estaría molesta? ¿O hambrienta? ¿Nos atacaría? La situación se estaba poniendo más que desesperante. Anawi y los nativos de la balsa me inclinaron con su mano a manera de cuerpo a tierra. El golpe hizo reaccionar a la serpiente gigante que empezó a atacar a los pobres nativos que la chocaron. Nada pudimos hacer. Algunos de esa balsa se lanzaron al agua y otros lucharon contra la sierpe, hasta que no quedó nadie sobre las maderas. Pasó una media hora sin que ninguno se moviera. Ya más tranquilos los nativos que quedaban empezaron a incorporarse. Yo recordaba una vieja leyenda del colegio acerca del panki, una gran serpiente de río y del guerrero que la venció a costa de su vida. Esto refuerza la teoría de que las leyendas tienen algo de cierto, aunque magnificadas por la imaginación humana, dejan de ser creíbles hasta que la realidad supera a la ficción. Y eso es lo que acababa de ocurrir.

[…] Según los nativos, ya estábamos muy cerca, a escaso mediodía. Contra todo pronóstico, los nativos se negaron a avanzar. Nunca olvidaré lo que escuché en su idioma: ‘Búa, búa, búa...’. Hacían señales de rodear por fuera del camino. No era bueno seguir derecho por alguna razón. Anawi no  entendía. ‘Seguimos solamente los dos’, me dijo. ‘Los nativos recomiendan no ir de frente porque será peligroso pasar por los dominios de los guardianes de Kuélap’. Como yo no conocía nada de sus tradiciones, decidí hacer lo que pedían. ‘¿Serán más serpientes?’, me pregunté.

Caminamos describiendo una gran curva de varios kilómetros. El calor y la deshidratación  mermaban mis fuerzas y mis ánimos de seguir, pero me había determinado llegar hasta el final de la misión. Estábamos tan cerca que hasta se podían divisar las murallas cuesta arriba del monte en donde nos encontrábamos. Al salir de la selva hasta un claro, miramos hacia atrás. Divisé a unas decenas de metros unas figuras de barro, grandes como cántaros, aunque había cientos de ellos hasta donde mi vista podía alcanzar. Anawi se puso pálido. ‘Corre, corre…’ gritaba. De pronto, un enjambre de avispas gigantes nos salió al encuentro. Esos cántaros no eran sino sus panales. Digo gigantes porque medirían entre cinco y diez centímetros. Ellas eran las guardianas de Kuélap.

[…] Antes de despedirme le hice las preguntas finales. ‘¿Quién era ese Señor del Tiempo?’ Anawi siempre risueño me confió: ‘La piedra y su poder son gobernados por un ente superior e inmaterial a quien nadie había visto jamás. Los nativos lo consideran como un dios. Él dirige a los servidores de la piedra como tú para que su ayuda llegue oportunamente. A veces apoya para evacuar personas, pero no le alcanza llevar a muchas’. ¿Qué ocurrirá con los nativos que nos dejaron a la entrada de Kuélap? ‘Ellos esperarán dos o tres días, después de eso regresarán a casa. Como el Qhapaq Ñan o camino Inca pasará por aquí en no menos de doscientos años, deberán improvisar, pero les será fácil llegar al río y regresar. Están acostumbrados a largas jornadas porque la selva es su hogar; en pocas semanas estarán de nuevo con sus familiares’.

Llegamos al lugar, la piedra seguía allí. Serían las diez de la mañana. Me despedí de Anawi al subirme a la piedra. ¿Cuál era la lección aprendida? ¿El celo por cuidar la piedra del destino y la previsión de los antiguos que sabiamente guardaban alimentos por las épocas de carestía era algo no muy común en los pueblos de la antigüedad? Aún no lo tenía muy claro.

AREQUIPAY Y LA ORCA

La minera a visitar se encontraba en las afueras de la  ciudad. Como estaban iniciando la ampliación de su capacidad productiva representaba una excelente oportunidad para actualizarlos un poco acerca de los adelantos que les podíamos ofrecer y que les servirían para mejorar su proceso productivo. Ya habíamos recibido luz verde, por lo que habiéndome previamente preparado, conduje mi vehículo hasta hospedarme en la misma Ciudad Blanca, que es como se le conoce a esta ciudad por el uso del sillar, piedra volcánica de ese color que se extrae de las canteras cercanas a la ciudad para hacer viviendas, entre otras construcciones.

[…]Después de almorzar una cena porque ya eran cerca de las seis de la tarde, fui a pasear ya sin auto por la avenida Dolores. No tardó en oscurecer. El jueves se veía bastante movido. Hacía muchos años que no me regalaba una soirée en esta acogedora ciudad. Después de reconocer el terreno me acerqué a uno de sus locales; era el que albergaba  más gente en el momento de su apertura. Ingresé como quien no quiere la cosa. Las pocas personas que habían llegado ya se acomodaban en los lugares que posiblemente ocupaban cada vez que venían. Yo en la barra pedía algo suave para empezar, una cerveza.

Recordaba mi última visita al pasado, que coincidió con la ciudad en donde nacería después de algunas centurias. ¡Qué contraste! Un pueblo que si bien no daba muestras de ostentar mucho poder, se veía próspero y lleno de vida. Los valles de Lima ocupados por poblaciones confederadas y caciques que vivían en armonía y abundancia… No se parecía a mi tiempo. Lima de hoy llena de incertidumbre y con un balance poblacional inestable. Violencia, desigualdad, carencias, contaminación y desperdicios. Pensaba y pensaba porque en Lima no es posible darse un buen tiempo para ello. O duermes, o disfrutas, o trabajas o alguna otra cosa. Decisiones rápidas y efectivas que dejan poco al trabajo creativo y de reflexión. De pronto escuché una música y los gritos de mujeres no tan jóvenes pidiendo el micrófono. Sin previo aviso me había metido en un karaoke, pero como estaba solo no me importaba.

Una canción después de la otra. Música de los ‘80, baladas; algunos cantaban en inglés. Después de un par de horas el ruedo se estaba animando cada vez más y yo estaba en la cuarta cerveza mientras miraba un letrero muy común del vaso medio vacío, medio lleno, el tercero que se salía de la lógica y el cuarto que estaba completamente vacío. Seguí su consejo y me acabé la cuarta. Se cruzaron unas chicas sonriendo, era una invitación a medias. No soy un experto en este tipo de situaciones pero nada me impedía flirtear un poco. No hacerles mucho caso haciéndome el interesante no iba a funcionar. No había mucho tiempo mientras pedían unos tragos. Reconocí a una de ellas. El alcohol aún no me había adormecido demasiado como para perder las facultades necesarias para pasar un buen rato. ‘Hola Goti’, le dije. ‘Hola Jonás, pensaba que no te ibas a acordar de nosotras’. Miré a su amiga y efectivamente también la conocía. Algún día pasamos Halloween en una discoteca del centro y su amiga pidió así de golpe dos diablos azules que la entonaron. ¡Cómo olvidarlas! Eran uña y carne. ‘Hola Tila, yo pago tus diablos azules, ¿qué hacen por aquí’? Se rieron de mi saludo. ‘Ya olvidaste que estamos de aniversario en Arequipa’, respondieron.

Me miraban como quien ve a un marciano bajando de su nave. Tenían toda la razón. El festival de la cerveza y todo lo demás iban a reventar en poco tiempo el local y yo ni me acordaba. Verdad que ayer fue 15. ‘Ven con nosotras, esa es nuestra mesa’. Eso de ‘nosotras’ sonaba grave. Eran cinco, no conocía a las otras tres, unas más jóvenes que las otras. Recordé que los jueves las chicas entraban gratis a algunos locales, esperando incautos que les paguen  los tragos. Irónicamente todo empezaba a tener sentido.

Ya que la situación era tal como se pintaba, llamé al que atendía nuestra mesa. ‘Pidan nomás, esta ronda es mía’. Fui interrumpido por otro joven que nos pasaba el micrófono mientras se escuchaba un charango, era una canción que siempre me hacía recordar mi estancia aquí, era la argentina Marcela… Sentí unas palmadas en la espalda que me regresaron a la acción, eran dos viejos amigos que dejé en Arequipa y no sé si vivían aquí o el destino nos había juntado de nuevo. ¡Paolo, Ántero, qué grata sorpresa!

[…]Por el camino, bastante despejado, pensaba en la historia del lugar que iba a conocer. Nuestro tradicionalista Don Ricardo Palma describió en una de ellas lo que ocurrió. El General Canterac, al mando de las tropas realistas del Virrey José de La Serna, enfrentaba a las huestes del libertador Simón Bolívar bajo el mando del colombiano José Antonio de Sucre. Canterac no hizo caso de las recomendaciones de su diestro general Valdez porque no gozaba de su simpatía, siendo derrotados completamente. La Serna fue herido y hecho prisionero. Unos días más tarde se firmó la capitulación de Ayacucho, logrando la independencia americana de esta parte del continente, en forma definitiva en 1824.

Ya me acercaba al monumento en memoria de la batalla ocurrida. Me encontré con la piedra que parecía ser una extensión del monumento. Me acerqué lo más que pude para luego continuar a pie con la mochila a cuestas. Saqué una medalla de oro y tanteando por el agujero con la orca, empezó el luminoso viaje por el tiempo. Aparecí. No me estaban esperando. Esta vez me encontraba al lado de un pueblo. Se veían ocupados en sus labores. Alfarería, hilandería, metalurgia. Trabajos agrícolas... Niños jugando y corriendo bajo el sol de la campiña. El pueblo tenía casas pequeñas que llenaban toda la quebrada.

Se me acercó un reducido grupo de personas. Cuando estaban casi a mi alcance se detuvieron. La que iba adelante continuó sin detenerse. 'Me llamo Yana’. Recordé que ‘yana’ significa negro o negra en quechua. ‘Es quechua’, afirmé. ‘En aymara significa extranjera’. No conocía el idioma de los collas, muy común en el Collao, altiplano que comparte la región Puno, en Perú con Bolivia.

Me recibió la joven. No era grande, tez morena, ojos pequeños pero redondos. No alcancé a saber si eran pardo oscuros o negros. Cabellos largos color azabache. Cruzando los veintitrés, esa edad que a veces vuelve locos a los hombres de cuarenta y tantos. Yo no sabía si era producto de haber revivido en Arequipa mis cada vez más lejanos primeros treinta años o la resaca con amigos de ese tiempo, no sé. O sería que me habían impactado esos atributos femeninos redescubiertos en este baktun.

[…] Continuó. ‘Espero que los otros –así se refería a los militares Wari– no se opongan porque son violentos y tu vida peligraría en cierto grado. Nosotros descendemos de los collas, los últimos descendientes Tiahuanaco. Ellos no comerciaban con los pueblos que encontraban durante su expansión. Se dedicaban a enseñarles sus oficios, su tecnología, sus técnicas agrícolas y todo lo que podía serles útil para no depender de nadie. Los otros son quechuas, no han recibido esta costumbre y se aferran a las tradiciones locales. No creen en nuestros dioses, solamente han asimilado lo útil de nuestras tradiciones y de todo lo que enseñábamos a los demás. Pero fue para aprovecharse de nosotros. Para darles mayor poder negociador. Esto no lo vemos con buenos ojos porque se está  saliendo de control’.

[…]Me acerqué a la piedra y sacando el brazalete de Yana me disponía a treparme cuando el anciano empezó a discutir con ella. Los minutos apremiaban, la piedra no aparecía por gusto; no vaya a ser que se retire, tornando mi destino más escabroso. Ya más tranquilo el anciano por la explicación de Yana, escuché de ella lo que había ocurrido. ‘Ese brazalete es una promesa de matrimonio. Al aceptarla me recibes como esposa. Él piensa en este momento que debemos ir juntos si tú lo deseas así. No podía irme ofendiendo a mi pueblo y manchando el nombre de mi familia, de mi pobre y anciano abuelo. Di que aceptas, ya en tu tiempo las cosas serán menos complicadas’.

Lo pensé por un minuto. Yana había jugado bien sus cartas, hubiese sido peor que ella me obligue a desposarla para tener el adorno de oro. Ellos pasarían por encima de su plan, dándome alguna otra pieza útil para el regreso. Me miraba suplicante. ‘No me importa vivir en cualquier otro tiempo; quiero rehacer mi vida y tener un hogar seguro, ver a mi familia crecer’ dijo. Menos mal que no se refería a mí necesariamente. ‘Si la piedra lo permite te llevaré a mi tiempo, allá veremos qué hacer’, respondí. Muy contenta y triste a la vez se despidió de su abuelo con lágrimas, besándole la cara con ternura. Subimos a la piedra mientras el anciano nos dirigía una última mirada. De pronto escuchamos un gran estruendo. Yana angustiada dijo: ‘son los quechuas, vienen por ti, apúrate’.

Ya bien ubicados coloqué el brazalete en el centro de la piedra confiado en haber solucionado el problema. Nada. La piedra no se activaba. En pocos segundos ya escuchábamos los gritos de la población cercana al ser atacada por los quechuas. Si bien pensaba que la piedra no deseaba llevarse a Yana, algo cruzaba por mi mente. Posiblemente no era que no funcionaba sino que no era el tiempo al que la piedra deseaba llevarnos. Seguro que ya había un hogar para ella pero no precisamente en mi tiempo. Empecé a pasar el brazalete por cada baktun, como siempre desde el primero hasta el último.


Ya en el duodécimo se activó la piedra desplegando su espectacular juego de luces, hasta que ya no pudimos ver nada más. Yana se encontraba aferrada a mi brazo por el susto o el apego a mi persona; no se soltó hasta que las luces desaparecieron. Era Machu Picchu, ya nada me sorprendía. Yony me esperaba un poco preocupado y extrañado por mi acompañante. Luego de explicarle en pocas palabras lo ocurrido, caminamos hacia las cabañas de siempre. Yana también hablaba con él y con otros porque conocía el idioma quechua. ‘Este es tu nuevo hogar, mujer. Puedes empezar a conocerlo’, le dije. Se trepó en mi hombro y emocionada me dio un gran beso diciendo adiós; luego se fue con otros jóvenes que encontró muy interesantes. ‘Mujeres, mal con ellas peor sin ellas’, atiné a decir.

PACHACAMAC

Como Pachacámac había despertado mi interés, investigué un poco en la web en mi tiempo libre. Estaba decidido. Apenas pudiese iría un sábado por la mañana a visitar el lugar. Como el mes de julio es frío, el fin de semana la carretera estaría despejada, libre de playeros que escogen otro lugar para pasar el invierno. ‘Si, será este sábado’, me prometí. Salí temprano porque me esperaba una hora de viaje. Deseaba llegar a eso de las siete para desayunar. Mientras viajaba por la Panamericana Sur poco a poco iba dejando atrás la zona urbana de la ciudad. Las casas residenciales de Surco iban abriendo paso a la zona industrial de Lurín, junto a los valles agrícolas que contrastan con las instalaciones fabriles. Tomé un desayuno en Mala en donde se preparan unos ricos chicharrones, servidos con camote y ensalada criolla, acompañado por unos panes y un café caliente. Así se justificó con creces el salir de campaña el sábado por la mañana. Sumado a la visita por efectuar, completaba lo atractivo del viaje.

La cultura Lima se había desarrollado en el valle ubicado en la ciudad del mismo nombre. Pachacámac era un santuario de barro que había subsistido por muchos años gracias al benigno clima de Lima –porque solamente garúa– y frente a los buscadores de fortunas enterradas. Aún hoy recibe visitas de muchas personas, incluidos alumnos de las diversas escuelas, preocupadas por desarrollar el interés por las culturas antiguas a un paso del centro de la Ciudad de los Reyes.

Ya en la zona desértica del lugar divisé a lo lejos un gran letrero; solamente podía distinguir la palabra ‘Pachacámac’. Era suficiente. Me interné por la trocha auxiliar que daba a las edificaciones y luego de esconder el carro cerca de las instalaciones, me bajé. No había caminado ni dos metros cuando a lo lejos alcancé a ver que, mezclada entre las murallas de barro, la piedra estaba esperándome. Digo esperándome porque era como si hablara. Era algo así como: ‘te invito a hacer la visita, escoge tú si la quieres en el presente o en el pasado’. Hasta podía asegurar que sonreía al hacer su oferta, a sabiendas que preferiría ir al momento en que aún la gente la usaba como santuario.

[…] Se me acercaron un par de personas. ‘Soy Yupanqui y ella es Misk’i, mi esposa’. Su español era muy bueno aunque según pude calcular, estaríamos en la mitad del primer milenio dC. De mediana estatura, ambos eran bastante jóvenes, algo quemados por el sol. Misk’i saludó diciendo: ‘espero que te guste nuestro tiempo’. Realmente era así. La vegetación alegraba el panorama, dejando muy poco desierto para veranear cerca de las playas.

[…] Ya en su domicilio nos hizo subir. Era como una pequeña pirámide con escalinatas que llevaban a la segunda planta, si es que no había una tercera. Me llamó la atención que tuviera más de un piso porque Lima es una ciudad  sísmica y al suceder un terremoto, podría haber destruido sus moradas. No me atreví a preguntar al respecto. Me invitaron a almorzar. Ellos aún no tenían hijos por lo que su hogar se veía algo vacío. Había pescado asado al fuego, porque vi las brasas aún calientes. Me ofrecieron también algunas frutas  y ese choclito serrano que siempre era una delicia, aunque extrañaba el quesito que siempre lo acompaña en mi tiempo. Sin vacas, no hay queso. Y ellas llegarían muchos años después con los españoles.

Yupanqui comentaba la situación por la que vine: ‘Estamos siendo invadidos por los waris. Al inicio comerciábamos con ellos y todo iba bien. Nuestros valles pueden soportar todo el apetito Wari pero desde hace un tiempo se están llevando más de lo que necesitan. También sabemos que con ese pretexto de no satisfacer sus necesidades han conquistado a los nazcas, que son pacíficos como nosotros. Hace muchos años también fuimos invadidos por los chavines que llegaron desde el norte hasta lo que es Arequipa, pero ya se encontraban en decadencia. Nosotros tenemos la desventaja de no tener un gobernante central. Somos bastantes comarcas unidas por nuestra riqueza y bienestar  pero al estar en el camino de varios imperios nuestra actitud debe ser bastante pasiva’.

[…] Hizo una pausa mientras seguían reunidos los waris con sus paisanos. Los waris gesticulaban y tiraban las cosas. Al parecer no era suficiente la cosecha. Yupanqui me seguía contando. ‘Hasta el momento hemos podido cumplir, pero cada vez que vienen quieren más. Nosotros podemos atenderles pero si  aceptamos todo lo que piden, tarde o temprano nos quedaremos sin nada’. Yupanqui estaba preocupado, aunque al parecer faltaba aún mucho tiempo para que esto ocurra. Vi que el emisario Wari de mayor rango se acercaba a su anfitrión de manera desafiante. A pesar de estar en actitud de servidumbre, empujó al dueño de casa y se retiró. ‘Es preciso que mañana mismo salgamos de aquí. No tardarán en darse cuenta de tu presencia y será malo para todos’, añadió.

[…] Le pedí a Yupanqui que me explicara algo más acerca de su cultura. ‘Nosotros vivimos por muchos años aquí y hemos resistido con acierto los ataques de quienes deseaban apoderarse de la riqueza de nuestros valles y cosechas. Hemos construido en tres puntos fortalezas para bloquear las entradas a Lima. Al norte, Cerro Culebras. Al sur, Pachacámac. Al este, Cajamarquilla. En el centro de todo nos ubicamos en Maranga, que es el punto intermedio entre las comarcas que conformamos Lima. El segmento que buscas está al norte en el templo Cerro Culebras. Es nuestro destino final antes de que regreses a tu tiempo’. Siguió con su discurso. ‘En medio de todo se encuentran varias construcciones que vas a conocer por primera vez. Otras ya las conoces pero en tu tiempo estarán en mal estado’.

Era preciso voltear y detenernos en puntos que iban a servir para nuestro abastecimiento o para hacer el cambio de nuestra escolta. Pasamos por Pucllana y Huallamarca. Dos célebres huacas se ubican cerca de mi trabajo. A esta última la había visitado en los ’90 cuando se encontraba en pleno proceso de restauración. Sin tomar en cuenta pequeños detalles como que la subida a esta ahora pirámide contaba con escaleras y no una rampa como hicieron al restaurarla, el resto de acabados eran muy parecidos. Habían sido replicados con acierto.

En dos días más estuvimos en Maranga. La instalación apenas se podía llamar huaca. Era una construcción muy grande y si no me equivoco uno de sus caminos de barro pasa por la universidad en donde estudié. Recuerdo que al estar ubicada más cerca de la avenida en donde me dejaba el bus, cortaba camino ingresando por ‘la huaca’ –así le llamábamos al camino– y corría cuando se hacía tarde. En Maranga había mucho movimiento de autoridades y comercio. Nos quedamos poco tiempo, lo necesario para descansar y tomar algo de aire.

Se quedaron en el camino Cajamarquilla, Mateo Salado, Huantille, Santa Ana, Puruchuco y otras más que me hubiera gustado conocer, pero nos hubieran desviado demasiado de nuestro viaje. No puedo negar que en su lugar encontré otras de muy hermosa arquitectura que el tiempo y la acción del hombre habían hecho desaparecer. No era novedad a estas alturas.
En un momento me pareció reconocer el paisaje. Un estruendoso río me anticipaba de qué lugar se trataba. ‘Has reconocido al Rímac’, me adelantó. Efectivamente era el río hablador, que era una traducción de Rímac, vocablo usado por los lugareños para describirlo. También divisé a lo lejos el cerro San Cristóbal pero sin la cruz, ni las casas en su base. No me había dado cuenta que estaba cerca de lo que en unos mil años sería la Plaza de Armas, la Catedral y el Cabildo. Sólo que las construirán sobre el palacio de Taulichusco, cacique del lugar, sobre el templo y el lugar en donde se administraban sus recursos, respectivamente, en este tiempo.

Pasamos cerca del río y ahí sí me sorprendí. Había patos y además estaban capturando camarones que almorzaríamos ese mismo día. Las riveras se veían verdes por la vegetación. El agua era verde transparente, sin trazas de ese color marrón causado por los desechos que se iban echando al río por su cauce que partía de la cordillera. Recordé esa historia, los españoles al ser perseguidos por los naturales que les superaban en número lograron cruzar el río. En sus oraciones pidieron que los nativos no los alcancen. En las dos veces que los locales intentaron vadear el río, éste aumentó su caudal hasta llevarse a muchos de los que intentaban cruzar. Al final los indios desistieron de pasar. En honor a este milagro colocaron una cruz y el cerro tomó el nombre de San Cristóbal, que cargó al niño Jesús en sus hombros para hacerlo pasar por un río. Ya cerca del santuario de Cerro Culebras, decidimos tomar un  descanso. Unas cuatro horas más o menos. Al llegar pude apreciar la belleza del lugar.

[…] Decidí tomar un taxi, me saldría unos sesenta soles, quizás ochenta. No importa, con tal de llegar a mi camioneta. Al subir al vehículo pregunté por precaución si tenía un diario. ‘Solamente el de ayer, señor’, respondió el conductor. Revisé la fecha, era del viernes. Le pedí que me llevara hasta Pachacámac. ‘Tiene suerte señor, estoy acabando el turno a las siete y no encontraba carrera hasta mi casa, cerca de las ruinas. Que sean cincuenta.’ Agradecí el gesto pero le dije que llegaríamos alrededor de las ocho. ‘Imagínese, al menos podré pagar la multa por el retraso’, respondió. Como no sentía hambre ni sueño, me la pasé leyendo el periódico que me prestó. Luego conversamos un poco acerca de Pachacámac y su historia.

Al llegar no había aún llegado mi  sosías con el vehículo. Esperamos un poco, ya me había hecho amigo del taxista pues le contaba a manera de suposición lo que había visto en el viaje acerca de Pachacámac y las demás huacas de Lima, al punto que alguno de mis comentarios lo dejó con la boca abierta. Serían las ocho y cuarto cuando me vi a mí mismo llegando en la pick-up, bajando del carro e introduciéndome en el recinto.

Le pedí al taxista que me espere, que mi gemelo no me iba a encontrar porque se metió. Que sacaría el dinero para pagarle. Mi amigo ya estaba mudo y con los ojos abiertos. Pero me creyó, creo. Hice lo que había dicho. Desconecté la alarma mientras veía el resplandor de la piedra. No chocaría conmigo mismo en este baktun. Arreglé cuentas con mi benefactor, dejándole unos veinte soles adicionales como propina por la espera.

El taxi se fue lentamente, como que no encontraba una explicación más convincente que la mía por lo que vio, debiendo aceptar lo que le dije. Unas cuadras más adelante aceleró haciendo ruido, como quien se despierta.

miércoles, 21 de enero de 2015

EL ORIGEN

Mi viaje de negocios tenía como destino las minas de hierro en el sur de Ica. A pesar de que la explotación de hierro no es muy común en el país, el manto ferroso se extiende por varios kilómetros hacia el este, hasta la región Apurímac. Debido a que el precio de este metal es muy bajo respecto del oro,  del cobre y de cualquier otro, se requiere de una mayor inversión en equipos para que la producción sea rentable. Y a mayor cantidad de equipos mineros, nuestras posibilidades de suministrarles más cosas se incrementaban considerablemente.

Ica es conocida por ser la cuna de una bebida llamada Pisco, que es motivo de disputas por el nombre de origen y del mercado con una nación al sur. Aparte del Pisco,  Ica  también produce buenos vinos gracias a la inversión del mismo país del sur. Cosas de la vida. Cuando se habla de Ica en mi mente se agrupa mucha información. Agroindustria muy importante debido a su inmejorable clima. Excelentes comidas como la tortuga de mar en sus diversas presentaciones. Lamentablemente la especie se está depredando. Se tuvo que prohibir su captura y comercialización, aunque en círculos privados se sigue con esta práctica culinaria en forma clandestina.

La primera vez que estuve en Ica fue cuando mi padre me pidió que lo acompañara en los ’80s pues debía supervisar la construcción de unos tanques para recibir ácido sulfúrico que una nación asiática nos obsequiaba por ser excedente de su actividad productiva. Me explicó  que a medida que un país se torna industrializado, mayores serían el sobrante del ácido y países como el nuestro con una industria incipiente, debía importarlo. Yo aún estaba en el colegio; me agradó la idea de salir de viaje por unos días y faltar  a clases.

[…] La cultura Nazca es la que concita  mayor interés mundial. Aparte de su cerámica de características similares a los Paracas en colores, formas y diseños, la presencia de líneas de gran tamaño trazadas en las arenas del desierto y preservadas posiblemente por más de mil años. En ellas representaron aves, cetáceos, reptiles, arácnidos, mamíferos y otros motivos más, que pueden ser apreciados en su real magnitud desde el aire. La matemática alemana María Reiche fue quien dedicó su vida a su estudio y sus publicaciones han permitido difundir sus descubrimientos. Fue ella quien  escoba en mano despejó la tierra acumulada sobre las líneas cuando llegó a la zona.  A diferencia de las versiones que aseguran que las líneas habrían sido hechas por extraterrestres, ella asegura que la  las líneas son un logro de los habitantes del lugar. La región, que siempre estará entre los mejores recuerdos de mi vida, es soleada casi todo el año y  produce frutas, uvas y piscos excelentes. 

[…] En fin, había tenido éxito en esta visita y como premio me dirigí a Nazca a pasar la noche, a ver si la piedra hacía una de las suyas. Después de ubicarme en un hotel cerca de la plaza, decidí salir a cenar. Estaba algo cansado, lo que me dificultaba pensar en visitar las líneas. Este viaje era entre semana y no disponía de tiempo porque debía estar en Lima al día siguiente. Para otra vez sería mi cita con las líneas. El hotel estaba bien equipado, inclusive había un cuarto de sauna, vacío por el momento. Pregunté si estaba operativo y me dijeron que en media hora ya estaría a punto para ser usado. Les agradecí y me fui al cuarto a matar el tiempo antes de ir al sauna. Cuando ya habían pasado los treinta minutos me dirigí, listo para ingresar. Pregunté si estaba preparado y si había casilleros para dejar la ropa. Ya con la toalla puesta como única prenda, abrí la portezuela para ingresar.

Grande fue mi sorpresa al encontrarme  con la piedra. No sabía qué hacer. Si esto o aquello. Poco a poco fui razonando con más claridad y volví al casillero para vestirme de nuevo; rápido porque otra persona podría animarse a ingresar y descubrir lo que guardaba como secreto de estado o provocar que la piedra desapareciese, estropeando la misión del momento. Una vez vestido y con la piedra en la mochila que recogí de mi habitación, me acerqué al cuarto. Miré por todas partes y percatándome de que nadie me viera, ingresé nuevamente con ropa y todo. Acto seguido saqué y coloqué la piedra en su lugar y al borde del colapso por el calor reinante, introduje una diminuta vasija de oro en el siguiente agujero que tenía la figura de una lechuza.

Algún recuerdo pasó raudo por mi mente, pero antes de determinar qué había sido, empezó a fluir el chorro de energía y las luces de siempre. Menos mal que llevaba puesta la ropa porque de pronto sentí un ventarrón producto de las paracas, que eran vientos muy fuertes pero ínfimamente comparables a las tormentas de arena que se ven en las películas del desierto; aunque menores en intensidad, podían voltear la carga que llevan los camiones que se cruzan con ellas o rayar la pintura de los vehículos a manera de arenado.

Busqué un lugar en donde guarecerme del viento y encontré unos montículos en los me lancé, postrado cuerpo a tierra y con la cabeza y cara cubiertas con la camisa, esperé algo de tiempo hasta que pasara del todo. Cuando pude levantarme, alcancé a ver que me encontraba solo en el lugar. Subí al montículo para ubicarme mejor y mirar a mis alrededores. No sé cómo llegué a donde estaba, pero al mirar hacia abajo me encontré con una figura ya vista siglos atrás. Esa forma de sandía echada con dos lentes redondos era el pensamiento que rondaba mi mente al poner el oro en la figura de la piedra. Era la lechuza, pero era también el vivo retrato de los visitantes de Caral. ¿Qué relación podrían tener? María Reiche había dicho que todas las líneas eran mérito de los nazcas y que representaban únicamente animales y otros objetos propios de su realidad. Que no habían recibido ayuda de ninguna clase. Pero porqué aparecí aquí mismo, cuál era el mensaje y la misión en curso, eran cosas que desconocía por completo. Volví mi cabeza para ver dónde estaba la piedra. Ya no la encontré, había desaparecido.

[…] Con curiosidad le pregunté qué representaban las líneas y cuál era su objetivo. Respondió lo siguiente: ‘tras muchos años de observación de las estrellas hemos determinado el ciclo de muchos desastres naturales que se repiten después de períodos de tiempo muy regulares. Las lluvias intensas de la costa siguen un patrón bastante confiable, aunque algunas veces se salían del modelo. Pero lo más importante era que de acuerdo a la alineación de las estrellas podíamos saber en qué época del año ocurrirían. Así cuando algunas líneas acomodan su orientación a las estrellas que les corresponden, esperábamos épocas de calor, de frío, de lluvias, de sequías. Si bien aquí no llueve nunca, en otras partes de nuestro pueblo que está más cerca a los montes si se presentaban estos fenómenos. Cuando las lluvias o sequías no coinciden con la alineación de líneas con estrella, esperamos lo que ustedes llaman el Niño; eran malos tiempos y al determinar los ciclos en tiempos estables podíamos hacer acopio ordenado de alimentos que nos servirían para cuando la tierra no dé frutos o cuando éstos sean barridos por las lluvias fuera de estación. A medida que la intensidad de lluvias es mayor, los ríos que bajan de las montañas inundan las tierras y destruyen las cosechas’.

Le pregunté si la lechuza -que me tenía obsesionado- tenía algún significado especial. ‘La lechuza no está asociada a ninguna estrella. Es un recordatorio de unos viajeros que han venido hace algunos años’. Le quise contar acerca de María Reiche y sus conclusiones. Me interrumpió ‘todas las aves representadas por nosotros tienen sus alas, patas y garras bien definidas. Al tener las lechuzas garras, deberían verse delineadas. Pero si observas con cuidado verás que sus patas no terminan en garras, sino que son redondeadas, a manera de calzado. Ellos no nos han ayudado a hacer las líneas, en eso no se equivocó la alemana. Hemos ubicado esta figura inclinada en un montículo para que sea vista desde donde llegaron los viajeros y para que nosotros sepamos en dónde bajaron. No sigas preguntando, ellos deben venir uno de estos días. Las estrellas se han acomodado de tal manera que repiten la posición que tenían cuando ellos llegaron por primera vez. Cada vez que se alinean, ellos han regresado sin fallar una sola vez’.

[…] A estas alturas las luces estaban bien abajo y una de las naves se acercó hacia nosotros. Sum me indicó que no tuviese temor porque venían a dejarnos un obsequio. De pronto, la primera nave aterrizó al ras del suelo y salieron dos viajeros con apariencia de lechuza. Uno de ellos llevaba la piedra que encontré en el Cusco y el otro la piedra de jade con los segmentos de oro. Sum me hizo una seña para que no lo siguiera y se les acercó. Recibió ambos obsequios y después de quedarse quieto por un buen rato, los seres se retiraron a su artefacto volador, se cerró la puerta y las naves empezaron a alejarse.

Recién cuando terminaron de desaparecer a gran velocidad, Sum me pidió que me acercara. Nadie más lo hizo. Algunos de los presentes estaban petrificados por el asombro. Llegué hasta donde Sum se encontraba. Empezó a decirme: ‘Ésta es la piedra que usaste para llegar y éste es el mecanismo que la activará plenamente cuando se encuentre completa. Deben ser llevadas al Cusco y explicarles que deberán construir un santuario en donde se guardarán ambas piedras. Los viajeros nos dijeron que esos hombres estarán por llegar dentro de mil años y que no los íbamos a conocer. Ahora debo escoger una decena de voluntarios para llevar la piedra hasta lo que será el Cusco‘.

Le pregunté cómo es que los viajeros se contactaron con ellos. ‘Hace muchos años llegaron en canoas unos señores de otras tierras más al norte. Ellos nos adelantaron que los viajeros les visitaron mucho antes y que su pueblo se había dividido en dos. Unos desearon irse con los viajeros, pero no era posible. Después de suplicarles sin resultado, el pueblo pidió que a cambio de acceder al pedido, el remanente se encargaría de viajar hacia el sur y avisar a todo pueblo que encontrase para que acepte recibir la piedra y aprovecharla en beneficio de quien lo necesite. Esa mayoría se dividió en grupos menores y cada uno tomó su propio camino, sabiendo que nunca más se iban a ver. Fue un acto heroico de ese pueblo que ustedes llaman los mayas’.

VISITA A CAJAMARCA

Una de las minas de oro más grandes del mundo que operaba cerca de Cajamarca, al norte del país, nos había comprado unos componentes para la recuperación del líquido refrigerante en sus equipos de mina. A medida que se va utilizando el sistema de enfriamiento, el gas se empieza a fugar lentamente de tal forma que en unos meses se pierde capacidad y ya no enfría lo necesario.

La minera había llamado porque al parecer tenían problemas con la puesta en marcha del equipo. Era un dolor de cabeza porque había que ir a la mina para resolver el problema. Pero lo que me preocupaba no era el viaje sino que no sabíamos si los equipos presentaban algún defecto de fabricación o si los estaban usando en forma incorrecta. Lamentablemente no podíamos determinar el motivo del reclamo hasta estar en el lugar.

Conseguí el catálogo del fabricante y lo estudié cuidadosamente. A pesar de que la traducción no era demasiado buena, al leer la versión en inglés que también venía en el folleto instructivo, logré reforzar lo que ya había entendido del español. Afiné mis conceptos y luego de determinar los puntos en donde se hace vacío y por donde se recupera el refrigerante líquido no contaminado con aire, cargué con mi cilindro de recuperación para hacer mi demostración.

Como era una emergencia decidimos que me iría en avión. Todo iba bien pero al pasar por el counter me objetaron el cilindro. No tenía la hoja de seguridad, etc., etc. Les dije que iba vacío y que no representaba peligro alguno, salvo que le caiga a alguien encima. El agente de seguridad abrió cuidadosamente las válvulas y como nada pasó, procedí a cerrarlas para luego llevar el recipiente como equipaje.

Cuando vieron la piedra por los rayos X me preguntaron qué cosa era. ‘Estoy llevando esta piedra para mostrarla a unos amigos de la minera que se sentían interesados en obras talladas en piedra y que les iba a enseñar lo que se podía encontrar en Lima. Pero no sé si la iban a usar como utilería para una película o a exhibir en una facultad de arte. Realmente no lo sé’.

Al parecer me creyeron pero me pidieron que abra la caja. Aduje que era toda suya pero que después de abrirla, la debían dejar tal como la encontraron. Esa excusa siempre funciona para evitar una inspección, pues se aprovecha de la flojera de los que la solicitan. El joven encargado del counter ya se disponía a abrirla cuando la señorita que lo acompañaba le metió un codazo. ‘¿La vas a cerrar y envolver como estaba?’, le dijo mientras lo miraba directamente a los ojos. Esto hizo desistir al inspector y la caja pasó junto con el cilindro.

[…] El sol se mostraba radiante y la sensación de calor era muy buena porque en Cajamarca hace frío. Para sentirme más libre les encargué mi cilindro, que permaneció en custodia por un módico precio. Seguí paseando por la plaza y sus alrededores cuando algo desvió mi atención. Cuenta la historia que cuando los españoles capturaron al último Inca justamente en Cajamarca, éste les ofreció a cambio de su libertad llenar dos cuartos de plata y uno de oro hasta donde llegase su mano extendida hacia arriba. La historia acaba como siempre: se trajo oro y plata de todo el Imperio, los conquistadores se adueñaron del tesoro y se ejecutó al Inca aduciendo razones convenientemente esgrimidas. El recinto que se usó como referencia se denomina ‘El Cuarto del Rescate’ y era lo que visitaría porque aún tenía casi cuatro horas por delante. Como siempre, llevaba mi piedra en la mochila, en calidad de souvenir.

Ingresé al museo y me llamó la atención que  no hubieran muchos visitantes. Empecé a tomar fotos cuando de pronto me encontré cara a cara con la piedra. No me quedó otra opción que sacar la piedra de la mochila y colocarla nuevamente en su lugar. Los pocos turistas que pasaban, miraban sus folletos y fruncían el ceño con incredulidad porque lo que veían no era la imagen que tenían impresa. Apenas tuve oportunidad me trepé como pude, dejando en mi mochila algunos artículos personales como mi smartphone. No podía explicarlo pero confiaba en que me iban a complicar el viaje y como mi ausencia en nuestro tiempo iba a ser puntual no se iban a extraviar ni caer en manos ajenas.

Acomodé la piedra y coloqué otro objeto de oro en el séptimo agujero, contando en sentido contrario a las agujas del reloj. Se trataba del perro. Nuevamente el flujo de energía como surtidor se elevaba frente a mí, haciendo difuso el panorama a mi alrededor. Cuando terminó el viaje, me encontré de pie ante un espectáculo no visto antes. La ciudad se había transformado en campiña. Solamente identificaba –ya sin construcciones– el mirador de Santa Apolonia porque es un promontorio de aproximadamente  cincuenta a metros de altura,  cercano a la plaza de armas en donde me encontraba antes de subirme a la piedra.

Me recibió un pequeño grupo de personas. Eran cerca de las ocho de la mañana y el sol lucía a lo alto del cielo. ‘Me llamo Iskay’, dijo uno de ellos que se adelantó al grupo. ‘Iskay significa dos en quechua’. le dije. ‘Soy el segundo de mis hermanos, por eso me dieron este nombre’, aclaró. ‘Debemos caminar hacia el oeste hasta Cumbemayo, que es nuestro santuario’, continuó. Yo recordaba haber leído algo a la ligera acerca de Cumbemayo. Recordaba que habían construido canales para acopiar el agua, aunque en Cajamarca el agua es bastante fácil de obtener porque llueve mucho.

Estábamos a algo menos de veinte kilómetros, apurándonos podríamos llegar el mismo día. Era lo más conveniente porque las noches de Cajamarca son muy frías, a diferencia de las de Pisco o Trujillo. Incluso las de Lima pueden ser algo frías. Pero aquí sí me iba a congelar. Sería bueno acomodarnos para pasar la noche en Cumbemayo y no seguir caminando en campo abierto. Mientras hacíamos la jornada, Iskay me contaba: ‘Cumbemayo es nuestro lugar espiritual. En él agradecemos a los Apus por el agua que nunca nos falta. Sin el agua no hubiésemos podido desarrollarnos aquí’. Yo pensaba en mis tiempos. La región Cajamarca estaba enfrentada por el uso del agua. Es más, en muchos asientos mineros se produce el rechazo a sus operaciones porque usan el agua que les podría faltar para sus cultivos.

Ya tenemos muchos pasivos mineros por todo el país, como producto de promesas incumplidas por los gobiernos y las mineras que habían contaminado por completo los ríos con relaves que nunca serían removidos. Si bien las grandes mineras con inversiones más recientes eran mucho más cuidadosas en cumplir con los estándares del agua, el estigma de la minería irresponsable de antaño las persigue y los pobladores siguen reclamando.  Menos mal que las mineras están comprendiendo no solamente la necesidad del agua, sino que crean nuevos empleos para las poblaciones dentro de las zonas de influencia de los yacimientos, que cuentan con menores ingresos. El dinero obtenido aumenta el consumo y aparecen nuevos negocios que no dependen directamente de la minería. Ambos se pueden beneficiar pero es necesario llegar a un equilibrio para que las generaciones del futuro gocen de la naturaleza como siempre ha sido, con sus animales y plantas; con sus aguas limpias de relaves.

[…] Cumbemayo es una reserva que contiene un bosque de piedra en su interior, Frailones. Pero en esta época los frailes aún no habían llegado por estas tierras. Las piedras asemejaban a animales y otros personajes. Aquí se veía a un pueblo agradecido por la abundancia del agua para sus cultivos y otros menesteres. Sé que la cultura Cajamarca apareció en estas mismas tierras y construyó esta maravilla de la ingeniería hidráulica, el canal labrado en la roca con alrededor de nueve kilómetros. Ésta era la saludable cuna de un pueblo que valoraba su bien renovable más importante: el agua.
Dentro de unos mil años pasaría por aquí el Qhapaq Ñan –o camino Inca–, que llegaba hasta la misma ciudad de Cajamarca, en donde los conquistadores capturarían a Atahualpa, el último Inca del Imperio. Nos acercamos para ver el atardecer. Ya se habían reunido aún más personas en el lugar. Familias enteras que venían de otros lados porque no vi casa alguna o lo que se le pareciese. Muchas se bañaban porque aunque era algo tarde, el sol quemaba fuerte. Otros jugaban salpicando el agua y mojándose entre ellos, niños y adultos. Más allá estaban cocinando, se podía ver el humo.

Cuando oscureció, encendieron algunas fogatas. Las familias con niños pequeños se habían retirado hacía un buen rato y los que aún permanecían en el lugar eran mayormente adultos. Iskay me señaló una piedra grande y bien iluminada con forma de cabeza. ‘Vamos al santuario’, me dijo.

LAS MINAS DE ANCASH

Llegué a la ciudad de Huaraz, que se encuentra a un promedio de siete horas en auto desde Lima y a pocas horas de la mina. La ruta es mixta pues se debe subir por el norte chico hasta Barranca y luego desviarse por Pativilca que se aleja de la costa. Luego se sube por una buena carretera hasta el Callejón de Conchucos, que no es sino una depresión entre la cordillera blanca y la negra. Las ciudades como Huaraz, Carhuaz, Yungay y Recuay que son las más representativas, se encuentran a un altura de algo más de 3,000 msnm.

Ancash cuenta con varias actividades aparte de la minería. Chimbote, su puerto principal, es el que produce un gran porcentaje de harina de pescado del país. Comparte su espacio con una empresa siderúrgica muy conocida. También destacan la agricultura y la ganadería. Huaraz, capital de la región Ancash, es considerada como el lugar más idóneo para esquiar de toda la cordillera peruana. Es preciso mencionar al Huascarán, que con sus 6,768 msnm, es el pico más alto del Perú. Ubicado en el parque nacional del mismo nombre, se encuentra rodeado por varias lagunas que cuentan con una hermosa vegetación y otros macizos, como el Alpamayo, considerado como la montaña más hermosa del mundo por los que van a esquiar en esa región.

[…] Bajé con la mochila y  como siempre dejé mis efectos personales –el smartphone por ejemplo– dentro del auto, me acerqué y subí mientras arrojaba la mochila a un costado de la piedra. Coloqué lo mejor que pude la parte superior y ubiqué el objeto de oro que saqué de mi bolsillo. ¿Será el mono? Siguiendo el orden consecutivo desde el inicio sabía previamente en qué baktun caería; podía ubicarme en el lugar y tiempo aproximado para minimizar la incertidumbre y enfocarme mejor en la misión asignada. La piedra colaboraba muchas veces de esta manera, que me tranquilizaba. Empezó el viaje por el tiempo con sus colores de siempre. La piedra no emitía ningún sonido mientras corrían los tiempos hacia el pasado, pero se sentía un ligero bamboleo, como quien planease en ala delta en días sin mucho viento. Era como si se suspendiera en el aire.

Cuando aterricé por completo y las luces se disiparon, me encontré justo en la entrada de la misma ciudad Chavín, en la época de su máximo esplendor. Digo esto porque Chavín de Huántar fue el principal centro administrativo y religioso. Allí –aquí– se distribuían por todo su imperio en formación, las cosechas de diferentes cultivos, para abastecer a todos sus dominios. Serían alrededor de las cinco de la tarde. Estaba deslumbrado por la magnificencia del lugar enteramente construido en piedra fragmentada, unas muy grandes y otras  pequeñas, algunas sólo yuxtapuestas y otras unidas con barro. De pronto  escuché el saludo de alguien. ‘Mi nombre es Wanka, que significa piedra, tú debes ser Jonás’. Sonriendo por la coincidencia en el nombre, sólo atiné a contestar el saludo porque por aquí ya sabían quién era. ‘Así es, mucho gusto Wanka’, dije.

Venía acompañado de un pequeño. Él es mi sobrino Anta’, me dijo. ‘Hola niño’, respondí. El pequeño, que tendría unos cinco años, sólo me miraba. No dijo nada porque sentía temor por este desconocido que vestía con ropas estrafalarias para su gusto. Curiosamente ‘Anta’ significa cobre en quechua, metal que en unos tres mil años se extraería de la tierra de lugares vecinos a esta maravilla arquitectónica. Las rocas bien ensambladas en su conjunto sobrevivirán durante todo el tiempo hasta después del s. XX, convirtiéndose en  una de las cosas que más disfrutaríamos los locales y todos aquellos turistas que se aventuren a recorrerlas.

[…] Wanka me invitó a pernoctar en la plaza. Mientras cenábamos a la intemperie, alrededor nuestro unas fogatas nos proveían calor porque aquí hacía  frío por las noches. Ya se había reunido en la plaza un buen número de familias para compartir los alimentos y la compañía. Pasaban maíz sancochado, ese choclito serrano que adoro comer y papas. Habas, calabazas, quinua y maní. Carne de cuy o guinea pig, de auquénido y pescado. La riqueza de esta variedad de alimentos los mantenía alejados de los sufrimientos por hambre y desnutrición. Esto es algo que ningún gobernante contemporáneo de mi país ha podido solucionar satisfactoriamente. Aquí todo se veía cómodo. Mientras bebía chicha de jora, aparecieron en la plaza unos personajes que me parecieron comediantes.

Primero dos hermanos, uno muy oscuro que hablaba rápido y otro que era al parecer “el gracioso” porque cada vez que hablaba, grandes y chicos se reían con mucho entusiasmo. Por ahí apareció un tercero que no hablaba, pero  su fingido y versátil rostro triste era la razón de los chistes del más gracioso de los otros dos. Completaba el grupo una joven que se paseaba entre ellos sin inmutarse de lo que hacían, lanzaba gritos de vez en cuando. Los otros tres, asustados, se apartaban de su camino y continuaban con las ocurrencias.

Luego se presentaron dos jóvenes hermanas, algo pequeñas, pero con rostros muy expresivos. Se trataba de una dramatización bastante real, una novela, como me explicó Wanka más tarde. La gente vivía el espectáculo. Unos gritaban, otros conversaban entre ellos sobre la novela. Reían y hasta lloraban por las ocurrencias y comentarios de las dos mujeres. ‘Que mi hijito, que tu tía, que mi amiga, que tu esposo...’ Wanka se reía y apenas tenía tiempo para explicarme. No paraban de hablar y señalaban al público moviendo la cabeza como diciendo ‘¿no es cierto esto, no es cierto aquello?’ Esta parte de la función fue el plato de fondo porque despertó muchas pasiones entre el público, unos a favor y otros en contra.

A pesar que no había silbidos ni aplausos, se terminaron por ganar la simpatía de los allí reunidos. Lo puedo afirmar porque al final de cada acto pasó un personaje más que no paraba de sonreír. Pasaba  un mate burilado –esa calabaza tallada  con motivos culturales–,entre los grupos reunidos para recoger “las propinas”. Allí le depositaron regalos pequeños, de oro, plata y cobre. Pulseras, anillos, brazaletes, orejeras, aretes y otros adornos. Algunos tendrían mucho valor por el peso de los metales preciosos. Cuando un grupo no depositaba nada, el personaje se ponía serio. Se escuchaban los ¡¡uuuyyyy!! del resto de familias que los presionaban hasta que pusieran algo. A veces ponían, a veces no y el personaje se iba hacia otro grupo de espectadores, mostrando nuevamente su sonrisa característica. Ese era su don, alegrar al público mientras les cobraba.

Después de otros actos más finalizó el show.  El reparto completo de actores salió a recibir la ovación. La última gracia ocurrió cuando el que pasaba el mate intentó hacerlo de nuevo y recibió por pago unas corontas –el resto del maíz después de comerlo– que entre gritos y carcajadas le lanzó el público.. ‘No te angusties Jonás, con esta broma terminan casi todos los grupos que se dedican a este arte. Cuando es excelente les vuelven a dar cosas.’, concluyó Wanka mientras se reía del final.

[…] Nos permitieron ingresar al recinto de roca. Unos sacerdotes nos esperaban. Me ofrecieron una bebida, que entiendo sería San Pedro, un alucinógeno derivado del cacto del mismo nombre cuya imagen es común ver en los tallados en piedra. Wanka asintió indicándome con su mirada que sólo bebiera un poco. Los pasillos casi no tenían iluminación alguna pero a medida que hacía efecto el brebaje todo se hacía más diáfano y hasta brillante, considerando las pocas luces que se filtraban desde los ambientes superiores. También las personas se veían rodeadas de un aura artificial debido al alcaloide.

Parecíamos dioses. Me llevaron hacia lo que sería el Lanzón. Se veía imponente el tallado antropomorfo ante la penumbra. Sería el señor de estas tierras, a quien se le rendía culto. Gracias al desarrollo de ingeniería hidráulica de esta cultura, el agua de los ríos y de la lluvia se drenaba por debajo del templo, produciendo por la acústica un sonido como el rugido de un jaguar, que es una de las deidades de este pueblo. Realmente esos eran los efectos especiales que les permitían honrar a sus notables y establecer diferencias entre las castas.

Permanecí en este trance por un tiempo que no pude determinar. El fuerte efecto del preparado me impidió mantener el control natural del tiempo que cada quien posee. Cuando ya amainaban los síntomas, Wanka se despidió de los señores y prácticamente me retiró del lugar. Se veían las primeras luces del día.

MOQUEGUA Y TACNA

Como siempre me han afirmado, el mundo de la minería es pequeño debido a que hay mucha circulación de profesionales. Es así que los adelantos tecnológicos pasan de mina en mina. A veces los repuestos de equipos estratégicos  demoran meses en llegar. En casos extremos, los solicitan a préstamo a sus pares hasta que lleguen los suyos. Hoy por ti, mañana por mí. También ocurre que pueden validar resultados al ponerse en contacto con sus conocidos de otros asientos, que les dan una opinión bastante exacta e imparcial.

Sospecho que esto ocurrió con los dos asientos que iba a visitar. De seguro ya habían corroborado la performance de lo que se venía utilizando en otras minas de cobre y como saben  que nosotros los representamos, nos abrieron las puertas.

Ambos yacimientos se encuentran en las regiones de Moquegua y Tacna, relativamente cerca de la frontera con Chile y Bolivia. Se caracterizan por tener una agroindustria incipiente. Olivos, frutales, camarones, piscos de la mejor calidad y un riquísimo cuy chactado son algo de lo que producen, fuera del cobre, que les genera un gran ingreso por el canon minero.

[…] Salí a caminar por las calles de la ciudad de Moquegua, en donde estaba hospedado y vi varios letreros que ofrecían visitar el cerro Baúl. Cuando se viaja por la carretera se aprecia un monte solitario con la forma de un inmenso baúl cerrado, que despierta la curiosidad del turista y que puede ser visitado tomando alguno de los tours que se ofrecían por toda la ciudad. El sitio había despertado mi interés por lo que, contraté uno de estos servicios para el día siguiente.

Salimos de madrugada y luego de un tiempo razonable, llegamos al sitio  ubicado en el kilómetro 28 de la carretera y curiosamente a quince minutos antes de la entrada de una de las dos minas que visité. Empezamos a subirlo con no poco esfuerzo. Yo siempre con mi mochila, con botella de agua, algo ligero para comer, el objeto de oro y la piedra. Había escuchado por ahí que el cerro era un lugar sagrado y que había recibido antiguamente personas que adoraban a sus dioses.

[…] Me retiré con las ropas para cambiarme y después de haberlo hecho, me acerqué de nuevo. ‘Toma esta bebida y acércate a esta otra piedra’. Parecía un lecho, era una losa plana y cuadrada en donde podía entrar echado sin ningún problema. Bebí según sus instrucciones y una vez sentado en la piedra, sentí un sopor asfixiante. Cuando desperté era alrededor del mediodía y estaba soleado. Pero no me encontraba en el cerro. Realmente no sabía en donde me encontraba. Solamente veía un mar de aguas que casi ni se movían. Las pocas olas que se formaban habían acumulado una espuma en la orilla en donde terminaban. Vi que de unas balsas que serían de totora, bajaban unos personajes de estirpe, porque llevaban indumentarias con plumas de muchos colores y otros adornos en la frente y en sus ropas; iban seguidos de otros más que no las llevaban.

Me parecía recordar la leyenda de Manco Cápac, que salía de las espumas del Lago Titicaca. Recién parecía adivinar en donde me encontraba. Se trataba de la Región Puno, rica en oro aluvial y conocida por los pueblos que viven en el lago así como por la fiesta de la Candelaria, que se celebra en el mes de febrero. Aunque es bueno saber que según una muy buena fuente, el verdadero Manco Cápac nacería cerca de la ciudad del Cusco y demoraría unos veinte años en tomar posesión de una parte de ella, debido a que los pueblos invadidos no cedieron las tierras. Estos del lago serían sus padres o ancestros.

[…] Esta vez el sueño me cayó como un rayo. El dolor de cabeza se hizo agudo en extremo y podría decir que quedé inconsciente. Cuando desperté me encontraba en Machu Picchu, pero no lo era a la vez. Todo era verde y el Huayna Picchu se veía majestuoso como en las postales que han dado la vuelta al mundo. Pero de la ciudadela, casi nada. A duras penas se veía el trazo inicial de la ciudad. Parece que estaban construyendo la andenería colocando rocas de todo tipo. Por allá vi que terminaban de canalizar la entrada de agua a la ciudad y más lejos encontré a algunos obreros que con herramientas de obsidiana –había recibido esta explicación cuando vine por segunda vez a mis 28 años–, rebajaban los cantos de las rocas más grandes y reducían algunas más pequeñas para hacer las viviendas con ellas.

Pero lo que más me interesó fue ver la piedra del tiempo a punto de ser terminada. Esta vez sí pude caminar por el lugar. Cuando estuve relativamente cerca, vi a uno de ellos entregando la piedra que yo llevaba a todos mis viajes a los obreros que ya habían tallado la piedra de base llamada Intihuatana, que se ve en las imágenes de todos los libros. Después de unos minutos empezaban a dar los toques finales a la gran piedra porque la piedra pequeña tenía una base irregular, tal como la encontré cerca de las minas del Cusco. Tallaban y tallaban la parte superior de la base hasta que más o menos pudieron acomodarlas. Luego comenzaron a pulir los filos de ambas para que al colocar una encima de otra mantuviese una uniformidad y no se viera inclinación hacia ningún lado.

Al parecer la nueva piedra me permitía ver partes de la historia hasta que fuera instalada en forma definitiva. No sé en qué momento vi que se me empezaban a acercar unos guardias con lanzas o picas y actitud ofensiva. Como yo era el extraño empecé a correr hasta la piedra que me trajo hasta aquí. Me trepé en ella pensando que me iba a desaparecer o a proteger de alguna manera. Con angustia vi como dos lanzas fueron dirigidas hacia mí sin poder hacer nada para detenerlas o evitar que me atravesaran. Yo daba todo por perdido cuando al momento de ser alcanzado por ellas fui atravesado pero no herido. Al principio no entendí pero la piedra ya había empezado a moverme a otro lugar y tiempo. De pronto se hizo de noche y distinguí a las personas que me dejaron, rodeadas por las fogatas que iluminaban el cerro Baúl. Súmaq se acercó mientas el resto de personas se encontraba en trance del que poco a poco empezaban a despertar.


‘¿Qué te pareció el viaje?’ Yo todavía mantenía la expresión de terror por los lanzazos de los que me salvé. Agregó: ‘El motivo de tu viaje era que vieses a grandes rasgos el inicio del gran imperio que permitió ayudar a los demás pueblos del pasado que serviría de ejemplo para las posteriores generaciones y para el resto del mundo’. Alcancé a decir: ‘El mensaje inicial que recibieron los incas fue que con la colaboración y el esfuerzo de cada uno lograrían vencer todos los obstáculos que se les presente. Resolverían problemas de las tierras de cultivo haciendo andenes, suministrarían el agua suficiente para seguir creciendo, acopiarían los excedentes para tiempo malos o escasez, repartiendo con sabiduría y generosidad. Serían expertos en aclimatación y adecuación de especies silvestres que se transformarían en alimentos cultivables.