miércoles, 21 de enero de 2015

LA CIUDAD SAGRADA DE CARAL

Durante el retorno a la ciudad de Lima y mientras iba por la carretera Panamericana Norte que bordea en su mayoría por toda la costa peruana, decidí hacer el viaje más pausado. Pasaría por varias zonas de pesca industrial cerca a Lima. Lo que los limeños denominamos ‘norte chico’.

Pasé por Trujillo, Huarmey, Casma, Supe y otras más. Supe se encontraba cerca de la ciudad de Caral, cuya antigüedad data de cinco mil años en el pasado y cuya civilización se desarrolló a la par que las de Egipto, China, India y Mesopotamia. Su vigencia fue de cerca de dos mil años, casi toda la era cristiana. También se considera a Caral como la cuna del quechua, el idioma que los incas utilizaron por todo su Imperio y que llegó hasta Ecuador, Colombia, Chile, Bolivia y Argentina, lugares en donde aún se sigue hablando esta lengua.

Por alguna razón seguí de largo por la carretera, haciendo caso omiso de los letreros en la vía que señalaban la presencia de Caral. Como esta ruta por carretera era obligada en casi todos mis viajes al norte, ya habría oportunidad de visitarla, cuando me encuentre en un mejor estado de ánimo.

Empecé a recorrer por el norte chico. Chancay, Huacho, Huaura… Hice un alto. Recordé la batalla de Junín y no pude sino recordar la segunda batalla, la de Ayacucho, que sellaría la Independencia del Perú y de Sudamérica. Durante la Colonia, los españoles habían concentrado más de veinte mil huestes en suelo americano, pero la mayoría se encontraba acantonada en tierras peruanas. ¿Por qué? Debido a que como hoy, la riqueza aurífera en objetos y minas se encontraba en el Perú. El virreinato con mayor poder económico y tributación era el del Perú y fue el último en cortar los lazos con la monarquía hispana.

[...] El siguiente símbolo era el pelícano. Traté de acomodar la cajita en la cavidad y empezó la lluvia con sus consecuencias en el tiempo. Curiosamente seguía siendo de noche y nadie me estaba esperando. Me sentí algo desorientado pero luego empecé a divisar unas luces, mejor dicho no veía las luces sino su resplandor en la noche. Me guié de las mismas. Caminé unos quinientos metros subiendo y bajando las dunas del desierto hasta que pude ver las fogatas que iluminaban la ciudad sagrada de Caral. Sabía que muy posiblemente el idioma quechua sería bastante antiguo y difícil de entender hasta por alguno que en tiempos contemporáneos lo maneje como lengua materna.

[…] Al poco tiempo aprecié una luz redonda en el cielo, era algo que bajaba. Apenas unos momentos pude reconocer lo que era. Una enorme máquina voladora que bajaba suavemente por los aires y se ponía a no más de diez metros por encima del círculo iluminado. De pronto las luces del objeto volador redondo también se hicieron muy intensas y me invadió una sensación de presencia, de algo desconocido y muy antiguo pero con vida.

Miré a Kusi pero ella no decía ya nada. Entendí que lo importante era ver para sacar mis propias conclusiones. Ella no deseaba influenciar en mi pensamiento porque de hecho tenía otra misión completamente distinta a la mía y lo mejor era no generar confusiones que me desvíen del objetivo de mi misión en el resto de los viajes.

Bajaron levitando unos seres, que de pronto se situaron en el centro del círculo. La gente se encontraba en una especie de trance y aproveché para avanzar lentamente hasta la escalinata del círculo. Nadie me lo impidió. Subí con cautela para que mi presencia no fuera evidente pero sabía que tanto los seres como los curacas ya se habían dado cuenta que estaba muy cerca de ellos. Aparte del ‘ommm’ nadie decía nada. Los seres presentaron una piedra trabajada verde y redonda que al parecer sería de jade. Dentro de ella noté que había otra pieza anular segmentada en varias partes que encajaba en la zona interior de la primera. El color amarillo brillante de aquélla denunciaba que estaba hecha de oro. Se sentía un aire de serenidad, igual que en Huaura. Los curacas hablaron entre ellos. No discutían ni gesticulaban.

[…] Los visitantes al parecer ya habían explicado a este pueblo la decadencia que iba a ocurrir en su futuro y los problemas que iban a experimentar antes de desaparecer. Les ofrecían una ayuda para poder sobrevivir y pasar su legado a las futuras generaciones. De pronto un curaca, el más anciano de todos, se acercó un poco más y levantó la palma de la mano abierta, era como que lo rechazaba. Al igual que los indios de Norteamérica, se habían negado pero por otras razones. Al parecer estaban contentos del desarrollo que tenían. Con mucho respeto y libertad para escoger su destino, despreciaron la ayuda de sus bienhechores. No entendí ese exceso de autosuficiencia.

Mi primera lección fue casi instantánea. Después de tanta literatura asimilada podía evaluar con cierta precisión las consecuencias de lo ocurrido después del presente evento. Caral desapareció y es hasta el momento bastante difícil determinar su legado al resto de culturas pre-incas, agravado por su antigüedad. Si bien ya se ha determinado algunas cosas acerca de este pueblo, las muchas preguntas que quedan sin responder nos demuestran que se llevaron la mayor parte de su cultura al olvido. La conclusión es generalizada para todas las culturas de la humanidad.

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