Durante el retorno a la
ciudad de Lima y mientras iba por la carretera Panamericana Norte que bordea en
su mayoría por toda la costa peruana, decidí hacer el viaje más pausado.
Pasaría por varias zonas de pesca industrial cerca a Lima. Lo que los limeños
denominamos ‘norte chico’.
Pasé por Trujillo,
Huarmey, Casma, Supe y otras más. Supe se encontraba cerca de la ciudad de
Caral, cuya antigüedad data de cinco mil años en el pasado y cuya civilización
se desarrolló a la par que las de Egipto, China, India y Mesopotamia. Su
vigencia fue de cerca de dos mil años, casi toda la era cristiana. También se
considera a Caral como la cuna del quechua, el idioma que los incas utilizaron
por todo su Imperio y que llegó hasta Ecuador, Colombia, Chile, Bolivia y
Argentina, lugares en donde aún se sigue hablando esta lengua.
Por alguna razón seguí
de largo por la carretera, haciendo caso omiso de los letreros en la vía que
señalaban la presencia de Caral. Como esta ruta por carretera era obligada en
casi todos mis viajes al norte, ya habría oportunidad de visitarla, cuando me
encuentre en un mejor estado de ánimo.
Empecé a recorrer por
el norte chico. Chancay, Huacho, Huaura… Hice un alto. Recordé la batalla de
Junín y no pude sino recordar la segunda batalla, la de Ayacucho, que sellaría
la Independencia del Perú y de Sudamérica. Durante la Colonia, los españoles
habían concentrado más de veinte mil huestes en suelo americano, pero la
mayoría se encontraba acantonada en tierras peruanas. ¿Por qué? Debido a que
como hoy, la riqueza aurífera en objetos y minas se encontraba en el Perú. El
virreinato con mayor poder económico y tributación era el del Perú y fue el
último en cortar los lazos con la monarquía hispana.
[...] El siguiente símbolo
era el pelícano. Traté de acomodar la cajita en la cavidad y empezó la lluvia
con sus consecuencias en el tiempo. Curiosamente seguía siendo de noche y nadie
me estaba esperando. Me sentí algo desorientado pero luego empecé a divisar
unas luces, mejor dicho no veía las luces sino su resplandor en la noche. Me
guié de las mismas. Caminé unos quinientos metros subiendo y bajando las dunas
del desierto hasta que pude ver las fogatas que iluminaban la ciudad sagrada de
Caral. Sabía que muy posiblemente el idioma quechua sería bastante antiguo y
difícil de entender hasta por alguno que en tiempos contemporáneos lo maneje
como lengua materna.
[…] Al
poco tiempo aprecié una luz redonda en el cielo, era algo que bajaba. Apenas
unos momentos pude reconocer lo que era. Una enorme máquina voladora que bajaba
suavemente por los aires y se ponía a no más de diez metros por encima del
círculo iluminado. De pronto las luces del objeto volador redondo también se
hicieron muy intensas y me invadió una sensación de presencia, de algo
desconocido y muy antiguo pero con vida.
Miré a Kusi pero ella
no decía ya nada. Entendí que lo importante era ver para sacar mis propias
conclusiones. Ella no deseaba influenciar en mi pensamiento porque de hecho
tenía otra misión completamente distinta a la mía y lo mejor era no generar
confusiones que me desvíen del objetivo de mi misión en el resto de los viajes.
Bajaron levitando unos
seres, que de pronto se situaron en el centro del círculo. La gente se
encontraba en una especie de trance y aproveché para avanzar lentamente hasta
la escalinata del círculo. Nadie me lo impidió. Subí con cautela para que mi
presencia no fuera evidente pero sabía que tanto los seres como los curacas ya
se habían dado cuenta que estaba muy cerca de ellos. Aparte del ‘ommm’ nadie
decía nada. Los seres presentaron una piedra trabajada verde y redonda que al
parecer sería de jade. Dentro de ella noté que había otra pieza anular
segmentada en varias partes que encajaba en la zona interior de la primera. El
color amarillo brillante de aquélla denunciaba que estaba hecha de oro. Se
sentía un aire de serenidad, igual que en Huaura. Los curacas hablaron entre
ellos. No discutían ni gesticulaban.
[…] Los
visitantes al parecer ya habían explicado a este pueblo la decadencia que iba a
ocurrir en su futuro y los problemas que iban a experimentar antes de
desaparecer. Les ofrecían una ayuda para poder sobrevivir y pasar su legado a
las futuras generaciones. De pronto un curaca, el más anciano de todos, se
acercó un poco más y levantó la palma de la mano abierta, era como que lo
rechazaba. Al igual que los indios de Norteamérica, se habían negado pero por
otras razones. Al parecer estaban contentos del desarrollo que tenían. Con
mucho respeto y libertad para escoger su destino, despreciaron la ayuda de sus
bienhechores. No entendí ese exceso de autosuficiencia.
Mi primera lección fue
casi instantánea. Después de tanta literatura asimilada podía evaluar con
cierta precisión las consecuencias de lo ocurrido después del presente evento.
Caral desapareció y es hasta el momento bastante difícil determinar su legado
al resto de culturas pre-incas, agravado por su antigüedad. Si bien ya se ha
determinado algunas cosas acerca de este pueblo, las muchas preguntas que
quedan sin responder nos demuestran que se llevaron la mayor parte de su
cultura al olvido. La conclusión es generalizada para todas las culturas de la
humanidad.
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