jueves, 22 de enero de 2015

AREQUIPAY Y LA ORCA

La minera a visitar se encontraba en las afueras de la  ciudad. Como estaban iniciando la ampliación de su capacidad productiva representaba una excelente oportunidad para actualizarlos un poco acerca de los adelantos que les podíamos ofrecer y que les servirían para mejorar su proceso productivo. Ya habíamos recibido luz verde, por lo que habiéndome previamente preparado, conduje mi vehículo hasta hospedarme en la misma Ciudad Blanca, que es como se le conoce a esta ciudad por el uso del sillar, piedra volcánica de ese color que se extrae de las canteras cercanas a la ciudad para hacer viviendas, entre otras construcciones.

[…]Después de almorzar una cena porque ya eran cerca de las seis de la tarde, fui a pasear ya sin auto por la avenida Dolores. No tardó en oscurecer. El jueves se veía bastante movido. Hacía muchos años que no me regalaba una soirée en esta acogedora ciudad. Después de reconocer el terreno me acerqué a uno de sus locales; era el que albergaba  más gente en el momento de su apertura. Ingresé como quien no quiere la cosa. Las pocas personas que habían llegado ya se acomodaban en los lugares que posiblemente ocupaban cada vez que venían. Yo en la barra pedía algo suave para empezar, una cerveza.

Recordaba mi última visita al pasado, que coincidió con la ciudad en donde nacería después de algunas centurias. ¡Qué contraste! Un pueblo que si bien no daba muestras de ostentar mucho poder, se veía próspero y lleno de vida. Los valles de Lima ocupados por poblaciones confederadas y caciques que vivían en armonía y abundancia… No se parecía a mi tiempo. Lima de hoy llena de incertidumbre y con un balance poblacional inestable. Violencia, desigualdad, carencias, contaminación y desperdicios. Pensaba y pensaba porque en Lima no es posible darse un buen tiempo para ello. O duermes, o disfrutas, o trabajas o alguna otra cosa. Decisiones rápidas y efectivas que dejan poco al trabajo creativo y de reflexión. De pronto escuché una música y los gritos de mujeres no tan jóvenes pidiendo el micrófono. Sin previo aviso me había metido en un karaoke, pero como estaba solo no me importaba.

Una canción después de la otra. Música de los ‘80, baladas; algunos cantaban en inglés. Después de un par de horas el ruedo se estaba animando cada vez más y yo estaba en la cuarta cerveza mientras miraba un letrero muy común del vaso medio vacío, medio lleno, el tercero que se salía de la lógica y el cuarto que estaba completamente vacío. Seguí su consejo y me acabé la cuarta. Se cruzaron unas chicas sonriendo, era una invitación a medias. No soy un experto en este tipo de situaciones pero nada me impedía flirtear un poco. No hacerles mucho caso haciéndome el interesante no iba a funcionar. No había mucho tiempo mientras pedían unos tragos. Reconocí a una de ellas. El alcohol aún no me había adormecido demasiado como para perder las facultades necesarias para pasar un buen rato. ‘Hola Goti’, le dije. ‘Hola Jonás, pensaba que no te ibas a acordar de nosotras’. Miré a su amiga y efectivamente también la conocía. Algún día pasamos Halloween en una discoteca del centro y su amiga pidió así de golpe dos diablos azules que la entonaron. ¡Cómo olvidarlas! Eran uña y carne. ‘Hola Tila, yo pago tus diablos azules, ¿qué hacen por aquí’? Se rieron de mi saludo. ‘Ya olvidaste que estamos de aniversario en Arequipa’, respondieron.

Me miraban como quien ve a un marciano bajando de su nave. Tenían toda la razón. El festival de la cerveza y todo lo demás iban a reventar en poco tiempo el local y yo ni me acordaba. Verdad que ayer fue 15. ‘Ven con nosotras, esa es nuestra mesa’. Eso de ‘nosotras’ sonaba grave. Eran cinco, no conocía a las otras tres, unas más jóvenes que las otras. Recordé que los jueves las chicas entraban gratis a algunos locales, esperando incautos que les paguen  los tragos. Irónicamente todo empezaba a tener sentido.

Ya que la situación era tal como se pintaba, llamé al que atendía nuestra mesa. ‘Pidan nomás, esta ronda es mía’. Fui interrumpido por otro joven que nos pasaba el micrófono mientras se escuchaba un charango, era una canción que siempre me hacía recordar mi estancia aquí, era la argentina Marcela… Sentí unas palmadas en la espalda que me regresaron a la acción, eran dos viejos amigos que dejé en Arequipa y no sé si vivían aquí o el destino nos había juntado de nuevo. ¡Paolo, Ántero, qué grata sorpresa!

[…]Por el camino, bastante despejado, pensaba en la historia del lugar que iba a conocer. Nuestro tradicionalista Don Ricardo Palma describió en una de ellas lo que ocurrió. El General Canterac, al mando de las tropas realistas del Virrey José de La Serna, enfrentaba a las huestes del libertador Simón Bolívar bajo el mando del colombiano José Antonio de Sucre. Canterac no hizo caso de las recomendaciones de su diestro general Valdez porque no gozaba de su simpatía, siendo derrotados completamente. La Serna fue herido y hecho prisionero. Unos días más tarde se firmó la capitulación de Ayacucho, logrando la independencia americana de esta parte del continente, en forma definitiva en 1824.

Ya me acercaba al monumento en memoria de la batalla ocurrida. Me encontré con la piedra que parecía ser una extensión del monumento. Me acerqué lo más que pude para luego continuar a pie con la mochila a cuestas. Saqué una medalla de oro y tanteando por el agujero con la orca, empezó el luminoso viaje por el tiempo. Aparecí. No me estaban esperando. Esta vez me encontraba al lado de un pueblo. Se veían ocupados en sus labores. Alfarería, hilandería, metalurgia. Trabajos agrícolas... Niños jugando y corriendo bajo el sol de la campiña. El pueblo tenía casas pequeñas que llenaban toda la quebrada.

Se me acercó un reducido grupo de personas. Cuando estaban casi a mi alcance se detuvieron. La que iba adelante continuó sin detenerse. 'Me llamo Yana’. Recordé que ‘yana’ significa negro o negra en quechua. ‘Es quechua’, afirmé. ‘En aymara significa extranjera’. No conocía el idioma de los collas, muy común en el Collao, altiplano que comparte la región Puno, en Perú con Bolivia.

Me recibió la joven. No era grande, tez morena, ojos pequeños pero redondos. No alcancé a saber si eran pardo oscuros o negros. Cabellos largos color azabache. Cruzando los veintitrés, esa edad que a veces vuelve locos a los hombres de cuarenta y tantos. Yo no sabía si era producto de haber revivido en Arequipa mis cada vez más lejanos primeros treinta años o la resaca con amigos de ese tiempo, no sé. O sería que me habían impactado esos atributos femeninos redescubiertos en este baktun.

[…] Continuó. ‘Espero que los otros –así se refería a los militares Wari– no se opongan porque son violentos y tu vida peligraría en cierto grado. Nosotros descendemos de los collas, los últimos descendientes Tiahuanaco. Ellos no comerciaban con los pueblos que encontraban durante su expansión. Se dedicaban a enseñarles sus oficios, su tecnología, sus técnicas agrícolas y todo lo que podía serles útil para no depender de nadie. Los otros son quechuas, no han recibido esta costumbre y se aferran a las tradiciones locales. No creen en nuestros dioses, solamente han asimilado lo útil de nuestras tradiciones y de todo lo que enseñábamos a los demás. Pero fue para aprovecharse de nosotros. Para darles mayor poder negociador. Esto no lo vemos con buenos ojos porque se está  saliendo de control’.

[…]Me acerqué a la piedra y sacando el brazalete de Yana me disponía a treparme cuando el anciano empezó a discutir con ella. Los minutos apremiaban, la piedra no aparecía por gusto; no vaya a ser que se retire, tornando mi destino más escabroso. Ya más tranquilo el anciano por la explicación de Yana, escuché de ella lo que había ocurrido. ‘Ese brazalete es una promesa de matrimonio. Al aceptarla me recibes como esposa. Él piensa en este momento que debemos ir juntos si tú lo deseas así. No podía irme ofendiendo a mi pueblo y manchando el nombre de mi familia, de mi pobre y anciano abuelo. Di que aceptas, ya en tu tiempo las cosas serán menos complicadas’.

Lo pensé por un minuto. Yana había jugado bien sus cartas, hubiese sido peor que ella me obligue a desposarla para tener el adorno de oro. Ellos pasarían por encima de su plan, dándome alguna otra pieza útil para el regreso. Me miraba suplicante. ‘No me importa vivir en cualquier otro tiempo; quiero rehacer mi vida y tener un hogar seguro, ver a mi familia crecer’ dijo. Menos mal que no se refería a mí necesariamente. ‘Si la piedra lo permite te llevaré a mi tiempo, allá veremos qué hacer’, respondí. Muy contenta y triste a la vez se despidió de su abuelo con lágrimas, besándole la cara con ternura. Subimos a la piedra mientras el anciano nos dirigía una última mirada. De pronto escuchamos un gran estruendo. Yana angustiada dijo: ‘son los quechuas, vienen por ti, apúrate’.

Ya bien ubicados coloqué el brazalete en el centro de la piedra confiado en haber solucionado el problema. Nada. La piedra no se activaba. En pocos segundos ya escuchábamos los gritos de la población cercana al ser atacada por los quechuas. Si bien pensaba que la piedra no deseaba llevarse a Yana, algo cruzaba por mi mente. Posiblemente no era que no funcionaba sino que no era el tiempo al que la piedra deseaba llevarnos. Seguro que ya había un hogar para ella pero no precisamente en mi tiempo. Empecé a pasar el brazalete por cada baktun, como siempre desde el primero hasta el último.


Ya en el duodécimo se activó la piedra desplegando su espectacular juego de luces, hasta que ya no pudimos ver nada más. Yana se encontraba aferrada a mi brazo por el susto o el apego a mi persona; no se soltó hasta que las luces desaparecieron. Era Machu Picchu, ya nada me sorprendía. Yony me esperaba un poco preocupado y extrañado por mi acompañante. Luego de explicarle en pocas palabras lo ocurrido, caminamos hacia las cabañas de siempre. Yana también hablaba con él y con otros porque conocía el idioma quechua. ‘Este es tu nuevo hogar, mujer. Puedes empezar a conocerlo’, le dije. Se trepó en mi hombro y emocionada me dio un gran beso diciendo adiós; luego se fue con otros jóvenes que encontró muy interesantes. ‘Mujeres, mal con ellas peor sin ellas’, atiné a decir.

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