jueves, 22 de enero de 2015

EL REGRESO DE LA ORCA

Algo me llamaba y no sabía qué era. Me vestí y lo primero que hice fue salir a buscar la camioneta. Ya en el vehículo empecé a pasear por la ciudad vacía. A ver sus luces y su majestuosidad. Pronto me desvié de la zona urbana y estaba yendo a la deriva, al garete. Avancé tranquilamente por casi una hora hasta llegar a lo que me pareció Túcume, situada a treinta y tres kilómetros al norte de Chiclayo. Sí, aquí tendría una cita con la piedra. Eran como las cuatro de la mañana y me acercaba a los montes del lugar cuando me detuve. Caminé hasta unos montículos y con las pocas luces pude encontrar el museo de sitio, que estaba cerrado. No hubo necesidad de buscar mucho pues encontré frente a mí a la piedra, esperando ser activada de nuevo. Ya se encontraban en nuestro poder los trece segmentos, sin embargo, al parecer mi misión aún no había terminado. Recordaba nuevamente que la realidad supera la ficción, frase atribuida a nuestro pensador y ensayista José Carlos Mariátegui.

¿Cuál sería el baktun? ¿Había la piedra encontrado al Dr. K? ¿Si se salió del tiempo, cómo ir a él? ¿En qué agujero colocar el oro? Por estas tierras habían pasado al menos los moches, chimús, waris e incas. No adivinada el tiempo al que la piedra deseaba llevarme. Menos mal que seguía llevando mi piedra en la camioneta. Será que no había tenido tiempo de encontrar un buen lugar para conservarla; no sé pero seguía ahí. No era tan cierto porque los segmentos que no estaban en el Cusco sí los tenía bien escondidos, pues los había enterrado furtiva y sigilosamente de madrugada en el jardín interior de mi casa y me había cerciorado que no hubiera testigos.

[…] Mañana volveremos a las pirámides para conocer a los Caos, con quienes me identifico más. Debes cambiarte de ropas aunque de hecho se van a dar cuenta de que eres distinto. Descansa y come de lo que tenemos. Me señalaba unos alimentos ya preparados. Había algo que al probar parecía un chupe de pescado servido en un pocillo y a pesar de no contar con condimentos salvo la sal, estaba delicioso. Luego encontré en una gran vasija trozos de pescado crudo con limón a manera de ceviche. Papas, camotes, yucas y el choclito serrano. Al probar los platos sentí algo sutil que parecía picante, aunque no vi nada que pareciese ají o rocoto en ellos. Las frutas como tunas, lúcumas, chirimoyas y papayas, decidí probarlas al final.

[...] Llegamos a una de las pirámides. Al parecer ayer hubo muy poca gente porque hoy estaba atiborrado de soldados y autoridades. Nos acercamos a una de las más grandes y mientras me acompañaba, Cahuide me señaló el camino para que subiera hasta la cima. Eran casi cincuenta metros de altura, debí tomar aire varias veces antes de iniciar y durante el ascenso. Ya en la parte superior presencié algo así como un ritual. Al fondo había un palanquín con dosel para protegerse del sol, ahora en su máximo esplendor.. En la parte superior se encontraba sentada una mujer de unos treinta y tantos años. Pero su estatura la hacía destacar por sobre el resto de sus acompañantes y guardias. Nos encontrábamos rodeados de soldados moches, ataviados tal como se ven en los diversos dibujos que se han encontrado. Caras pintadas con tres franjas verticales, en rojo por fuera. Armas parecidas a mazos que terminaban en piedra tallada y afilada. Con esto infringirían golpes mortales a sus enemigos. Eran soldados de la élite Cao.

[…] Llegamos de noche y la Huaca del Sol estaba plenamente iluminada por fogones dispuestos en larga filas. Pasamos la primera guardia. El-i me llevó hasta la entrada. Habían dos guardias –no eran soldados– apostados en la puerta con lanzas cruzadas que impedían que nadie ingrese sin su permiso. ‘Hu-an’, dijo mi escolta a uno de ellos y ambos recogieron sus armas para que yo pudiese ingresar. El mencionado era gordo y fuerte como un eunuco. El otro, gordo también pero algo más bajo, solamente decía algo así como ‘eeeh’; era como si se quejase por dejar pasar a la gente. El-i me guiaba por entre los invitados, porque era una fiesta. Una fiesta muy peculiar, se trataba de una orgía. El-i seguía marcando el paso hasta que llegamos a un privado; luego de hacerme ingresar, se retiró.

[…] De pronto apareció Cahuide. ‘Sabemos que los waris están advertidos de tu misión y están muy cerca de aquí. Saben que si negocias bien será su ruina, van a impedirnos llevar el mensaje y la joya. Nosotros la llevaremos junto con el mensaje que nos debes decir en este momento. Les expliqué todo tal cual lo escuché del mismo Brujo, cosa que El-i y Cahuide tradujeron a sus soldados de inmediato. Cahuide añadió: ‘uniendo fuerzas llegaríamos a tener dos mil hombres, espero que sean suficientes. Ellos morirán antes de entregar la joya y basta que uno llegue vivo con ella hasta Túcume para que se concrete la paz. En eso se escuchó un estruendo como producido por tropas que se acercaban. Ambas guardias se quedaron abajo cerrando las entradas, protegiéndolas de cualquier intruso. Ya desde arriba se veían llegar unos diez mil hombres fuertemente armados.

[…] Agradeció: ’Has evitado que dos pueblos hermanos se aniquilen, gracias por cuidar de mis dos nietas, es hora que regreses a tu hogar. No te preocupes por Aklla, ella sabe cómo esconderse. El-i quedará bastante golpeado pero pronto se recuperará y será ascendido a general. Cahuide ahora está bastante lejos del alcance de los waris y en un día se habrá encontrado con el grueso de sus ejércitos. Mog entregará fielmente el mensaje de Manku y la joya. En unos días habrán reunido algunos ejércitos que estaban dispersos; juntos llegarán hasta los noventa mil hombres, derrotando definitivamente a los waris por cien años más. Lliw se tomará su tiempo pero le dará la familia que Manku desea. Vete ya.’

Mientras Naylamp desaparecía para siempre me encaramé en la piedra y colocando el oro en el centro empezaron a fluir las luces. En una fracción de segundo miré hacia mi costado y vi la bolsa con el jade fuera de la piedra. Ya había pasado cinco segundos pero tuve que bajarme a recoger la bolsa. Desde afuera vi cómo se tupía la cortina de luces. De un gran salto producto del pánico me introduje en el manto de energía que me llevaría de regreso. Me senté a ver si estaba completo. Sentía la fría piedra. La cortina de energía se había quedado con parte de mi ropa dejando un gran hueco revelador, pero yo estaba en una pieza. Eso era lo más importante.

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