Una de las minas de oro
más grandes del mundo que operaba cerca de Cajamarca, al norte del país, nos
había comprado unos componentes para la recuperación del líquido refrigerante
en sus equipos de mina. A medida que se va utilizando el sistema de
enfriamiento, el gas se empieza a fugar lentamente de tal forma que en unos
meses se pierde capacidad y ya no enfría lo necesario.
La minera había llamado
porque al parecer tenían problemas con la puesta en marcha del equipo. Era un
dolor de cabeza porque había que ir a la mina para resolver el problema. Pero
lo que me preocupaba no era el viaje sino que no sabíamos si los equipos
presentaban algún defecto de fabricación o si los estaban usando en forma
incorrecta. Lamentablemente no podíamos determinar el motivo del reclamo hasta
estar en el lugar.
Conseguí el catálogo
del fabricante y lo estudié cuidadosamente. A pesar de que la traducción no era
demasiado buena, al leer la versión en inglés que también venía en el folleto
instructivo, logré reforzar lo que ya había entendido del español. Afiné mis
conceptos y luego de determinar los puntos en donde se hace vacío y por donde
se recupera el refrigerante líquido no contaminado con aire, cargué con mi
cilindro de recuperación para hacer mi demostración.
Como era una emergencia
decidimos que me iría en avión. Todo iba bien pero al pasar por el counter me objetaron el cilindro. No
tenía la hoja de seguridad, etc., etc. Les dije que iba vacío y que no
representaba peligro alguno, salvo que le caiga a alguien encima. El agente de
seguridad abrió cuidadosamente las válvulas y como nada pasó, procedí a
cerrarlas para luego llevar el recipiente como equipaje.
Cuando vieron la piedra
por los rayos X me preguntaron qué cosa era. ‘Estoy llevando esta piedra para
mostrarla a unos amigos de la minera que se sentían interesados en obras
talladas en piedra y que les iba a enseñar lo que se podía encontrar en Lima.
Pero no sé si la iban a usar como utilería para una película o a exhibir en una
facultad de arte. Realmente no lo sé’.
Al parecer me creyeron
pero me pidieron que abra la caja. Aduje que era toda suya pero que después de
abrirla, la debían dejar tal como la encontraron. Esa excusa siempre funciona
para evitar una inspección, pues se aprovecha de la flojera de los que la
solicitan. El joven encargado del counter ya se disponía a abrirla cuando la
señorita que lo acompañaba le metió un codazo. ‘¿La vas a cerrar y envolver
como estaba?’, le dijo mientras lo miraba directamente a los ojos. Esto hizo
desistir al inspector y la caja pasó junto con el cilindro.
[…] El sol se mostraba radiante y la sensación de
calor era muy buena porque en Cajamarca hace frío. Para sentirme más libre les
encargué mi cilindro, que permaneció en custodia por un módico precio. Seguí
paseando por la plaza y sus alrededores cuando algo desvió mi atención. Cuenta
la historia que cuando los españoles capturaron al último Inca justamente en
Cajamarca, éste les ofreció a cambio de su libertad llenar dos cuartos de plata
y uno de oro hasta donde llegase su mano extendida hacia arriba. La historia
acaba como siempre: se trajo oro y plata de todo el Imperio, los conquistadores
se adueñaron del tesoro y se ejecutó al Inca aduciendo razones convenientemente
esgrimidas. El recinto que se usó como referencia se denomina ‘El Cuarto del
Rescate’ y era lo que visitaría porque aún tenía casi cuatro horas por delante.
Como siempre, llevaba mi piedra en la mochila, en calidad de souvenir.
Ingresé al museo y me llamó la atención que no hubieran muchos visitantes. Empecé a tomar
fotos cuando de pronto me encontré cara a cara con la piedra. No me quedó otra
opción que sacar la piedra de la mochila y colocarla nuevamente en su lugar.
Los pocos turistas que pasaban, miraban sus folletos y fruncían el ceño con
incredulidad porque lo que veían no era la imagen que tenían impresa. Apenas
tuve oportunidad me trepé como pude, dejando en mi mochila algunos artículos
personales como mi smartphone. No podía explicarlo pero confiaba en que me iban
a complicar el viaje y como mi ausencia en nuestro tiempo iba a ser puntual no
se iban a extraviar ni caer en manos ajenas.
Acomodé la piedra y
coloqué otro objeto de oro en el séptimo agujero, contando en sentido contrario
a las agujas del reloj. Se trataba del perro. Nuevamente el flujo de energía
como surtidor se elevaba frente a mí, haciendo difuso el panorama a mi
alrededor. Cuando terminó el viaje, me encontré de pie ante un espectáculo no
visto antes. La ciudad se había transformado en campiña. Solamente identificaba
–ya sin construcciones– el mirador de Santa Apolonia porque es un promontorio
de aproximadamente cincuenta a metros de
altura, cercano a la plaza de armas en
donde me encontraba antes de subirme a la piedra.
Me recibió un pequeño
grupo de personas. Eran cerca de las ocho de la mañana y el sol lucía a lo alto
del cielo. ‘Me llamo Iskay’, dijo uno de ellos que se adelantó al grupo. ‘Iskay
significa dos en quechua’. le dije. ‘Soy el segundo de mis hermanos, por eso me
dieron este nombre’, aclaró. ‘Debemos caminar hacia el oeste hasta Cumbemayo,
que es nuestro santuario’, continuó. Yo recordaba haber leído algo a la ligera
acerca de Cumbemayo. Recordaba que habían construido canales para acopiar el
agua, aunque en Cajamarca el agua es bastante fácil de obtener porque llueve
mucho.
Estábamos a algo menos
de veinte kilómetros, apurándonos podríamos llegar el mismo día. Era lo más
conveniente porque las noches de Cajamarca son muy frías, a diferencia de las
de Pisco o Trujillo. Incluso las de Lima pueden ser algo frías. Pero aquí sí me
iba a congelar. Sería bueno acomodarnos para pasar la noche en Cumbemayo y no
seguir caminando en campo abierto. Mientras hacíamos la jornada, Iskay me
contaba: ‘Cumbemayo es nuestro lugar espiritual. En él agradecemos a los Apus
por el agua que nunca nos falta. Sin el agua no hubiésemos podido
desarrollarnos aquí’. Yo pensaba en mis tiempos. La región Cajamarca estaba
enfrentada por el uso del agua. Es más, en muchos asientos mineros se produce
el rechazo a sus operaciones porque usan el agua que les podría faltar para sus
cultivos.
Ya tenemos muchos
pasivos mineros por todo el país, como producto de promesas incumplidas por los
gobiernos y las mineras que habían contaminado por completo los ríos con
relaves que nunca serían removidos. Si bien las grandes mineras con inversiones
más recientes eran mucho más cuidadosas en cumplir con los estándares del agua,
el estigma de la minería irresponsable de antaño las persigue y los pobladores
siguen reclamando. Menos mal que las
mineras están comprendiendo no solamente la necesidad del agua, sino que crean
nuevos empleos para las poblaciones dentro de las zonas de influencia de los
yacimientos, que cuentan con menores ingresos. El dinero obtenido aumenta el
consumo y aparecen nuevos negocios que no dependen directamente de la minería.
Ambos se pueden beneficiar pero es necesario llegar a un equilibrio para que
las generaciones del futuro gocen de la naturaleza como siempre ha sido, con
sus animales y plantas; con sus aguas limpias de relaves.
[…] Cumbemayo es una
reserva que contiene un bosque de piedra en su interior, Frailones. Pero en
esta época los frailes aún no habían llegado por estas tierras. Las piedras
asemejaban a animales y otros personajes. Aquí se veía a un pueblo agradecido
por la abundancia del agua para sus cultivos y otros menesteres. Sé que la
cultura Cajamarca apareció en estas mismas tierras y construyó esta maravilla
de la ingeniería hidráulica, el canal labrado en la roca con alrededor de nueve
kilómetros. Ésta era la saludable cuna de un pueblo que valoraba su bien
renovable más importante: el agua.
Dentro de unos mil años
pasaría por aquí el Qhapaq Ñan –o camino Inca–, que llegaba hasta la misma
ciudad de Cajamarca, en donde los conquistadores capturarían a Atahualpa, el
último Inca del Imperio. Nos acercamos para ver el atardecer. Ya se habían
reunido aún más personas en el lugar. Familias enteras que venían de otros
lados porque no vi casa alguna o lo que se le pareciese. Muchas se bañaban
porque aunque era algo tarde, el sol quemaba fuerte. Otros jugaban salpicando
el agua y mojándose entre ellos, niños y adultos. Más allá estaban cocinando,
se podía ver el humo.
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