miércoles, 21 de enero de 2015

VISITA A CAJAMARCA

Una de las minas de oro más grandes del mundo que operaba cerca de Cajamarca, al norte del país, nos había comprado unos componentes para la recuperación del líquido refrigerante en sus equipos de mina. A medida que se va utilizando el sistema de enfriamiento, el gas se empieza a fugar lentamente de tal forma que en unos meses se pierde capacidad y ya no enfría lo necesario.

La minera había llamado porque al parecer tenían problemas con la puesta en marcha del equipo. Era un dolor de cabeza porque había que ir a la mina para resolver el problema. Pero lo que me preocupaba no era el viaje sino que no sabíamos si los equipos presentaban algún defecto de fabricación o si los estaban usando en forma incorrecta. Lamentablemente no podíamos determinar el motivo del reclamo hasta estar en el lugar.

Conseguí el catálogo del fabricante y lo estudié cuidadosamente. A pesar de que la traducción no era demasiado buena, al leer la versión en inglés que también venía en el folleto instructivo, logré reforzar lo que ya había entendido del español. Afiné mis conceptos y luego de determinar los puntos en donde se hace vacío y por donde se recupera el refrigerante líquido no contaminado con aire, cargué con mi cilindro de recuperación para hacer mi demostración.

Como era una emergencia decidimos que me iría en avión. Todo iba bien pero al pasar por el counter me objetaron el cilindro. No tenía la hoja de seguridad, etc., etc. Les dije que iba vacío y que no representaba peligro alguno, salvo que le caiga a alguien encima. El agente de seguridad abrió cuidadosamente las válvulas y como nada pasó, procedí a cerrarlas para luego llevar el recipiente como equipaje.

Cuando vieron la piedra por los rayos X me preguntaron qué cosa era. ‘Estoy llevando esta piedra para mostrarla a unos amigos de la minera que se sentían interesados en obras talladas en piedra y que les iba a enseñar lo que se podía encontrar en Lima. Pero no sé si la iban a usar como utilería para una película o a exhibir en una facultad de arte. Realmente no lo sé’.

Al parecer me creyeron pero me pidieron que abra la caja. Aduje que era toda suya pero que después de abrirla, la debían dejar tal como la encontraron. Esa excusa siempre funciona para evitar una inspección, pues se aprovecha de la flojera de los que la solicitan. El joven encargado del counter ya se disponía a abrirla cuando la señorita que lo acompañaba le metió un codazo. ‘¿La vas a cerrar y envolver como estaba?’, le dijo mientras lo miraba directamente a los ojos. Esto hizo desistir al inspector y la caja pasó junto con el cilindro.

[…] El sol se mostraba radiante y la sensación de calor era muy buena porque en Cajamarca hace frío. Para sentirme más libre les encargué mi cilindro, que permaneció en custodia por un módico precio. Seguí paseando por la plaza y sus alrededores cuando algo desvió mi atención. Cuenta la historia que cuando los españoles capturaron al último Inca justamente en Cajamarca, éste les ofreció a cambio de su libertad llenar dos cuartos de plata y uno de oro hasta donde llegase su mano extendida hacia arriba. La historia acaba como siempre: se trajo oro y plata de todo el Imperio, los conquistadores se adueñaron del tesoro y se ejecutó al Inca aduciendo razones convenientemente esgrimidas. El recinto que se usó como referencia se denomina ‘El Cuarto del Rescate’ y era lo que visitaría porque aún tenía casi cuatro horas por delante. Como siempre, llevaba mi piedra en la mochila, en calidad de souvenir.

Ingresé al museo y me llamó la atención que  no hubieran muchos visitantes. Empecé a tomar fotos cuando de pronto me encontré cara a cara con la piedra. No me quedó otra opción que sacar la piedra de la mochila y colocarla nuevamente en su lugar. Los pocos turistas que pasaban, miraban sus folletos y fruncían el ceño con incredulidad porque lo que veían no era la imagen que tenían impresa. Apenas tuve oportunidad me trepé como pude, dejando en mi mochila algunos artículos personales como mi smartphone. No podía explicarlo pero confiaba en que me iban a complicar el viaje y como mi ausencia en nuestro tiempo iba a ser puntual no se iban a extraviar ni caer en manos ajenas.

Acomodé la piedra y coloqué otro objeto de oro en el séptimo agujero, contando en sentido contrario a las agujas del reloj. Se trataba del perro. Nuevamente el flujo de energía como surtidor se elevaba frente a mí, haciendo difuso el panorama a mi alrededor. Cuando terminó el viaje, me encontré de pie ante un espectáculo no visto antes. La ciudad se había transformado en campiña. Solamente identificaba –ya sin construcciones– el mirador de Santa Apolonia porque es un promontorio de aproximadamente  cincuenta a metros de altura,  cercano a la plaza de armas en donde me encontraba antes de subirme a la piedra.

Me recibió un pequeño grupo de personas. Eran cerca de las ocho de la mañana y el sol lucía a lo alto del cielo. ‘Me llamo Iskay’, dijo uno de ellos que se adelantó al grupo. ‘Iskay significa dos en quechua’. le dije. ‘Soy el segundo de mis hermanos, por eso me dieron este nombre’, aclaró. ‘Debemos caminar hacia el oeste hasta Cumbemayo, que es nuestro santuario’, continuó. Yo recordaba haber leído algo a la ligera acerca de Cumbemayo. Recordaba que habían construido canales para acopiar el agua, aunque en Cajamarca el agua es bastante fácil de obtener porque llueve mucho.

Estábamos a algo menos de veinte kilómetros, apurándonos podríamos llegar el mismo día. Era lo más conveniente porque las noches de Cajamarca son muy frías, a diferencia de las de Pisco o Trujillo. Incluso las de Lima pueden ser algo frías. Pero aquí sí me iba a congelar. Sería bueno acomodarnos para pasar la noche en Cumbemayo y no seguir caminando en campo abierto. Mientras hacíamos la jornada, Iskay me contaba: ‘Cumbemayo es nuestro lugar espiritual. En él agradecemos a los Apus por el agua que nunca nos falta. Sin el agua no hubiésemos podido desarrollarnos aquí’. Yo pensaba en mis tiempos. La región Cajamarca estaba enfrentada por el uso del agua. Es más, en muchos asientos mineros se produce el rechazo a sus operaciones porque usan el agua que les podría faltar para sus cultivos.

Ya tenemos muchos pasivos mineros por todo el país, como producto de promesas incumplidas por los gobiernos y las mineras que habían contaminado por completo los ríos con relaves que nunca serían removidos. Si bien las grandes mineras con inversiones más recientes eran mucho más cuidadosas en cumplir con los estándares del agua, el estigma de la minería irresponsable de antaño las persigue y los pobladores siguen reclamando.  Menos mal que las mineras están comprendiendo no solamente la necesidad del agua, sino que crean nuevos empleos para las poblaciones dentro de las zonas de influencia de los yacimientos, que cuentan con menores ingresos. El dinero obtenido aumenta el consumo y aparecen nuevos negocios que no dependen directamente de la minería. Ambos se pueden beneficiar pero es necesario llegar a un equilibrio para que las generaciones del futuro gocen de la naturaleza como siempre ha sido, con sus animales y plantas; con sus aguas limpias de relaves.

[…] Cumbemayo es una reserva que contiene un bosque de piedra en su interior, Frailones. Pero en esta época los frailes aún no habían llegado por estas tierras. Las piedras asemejaban a animales y otros personajes. Aquí se veía a un pueblo agradecido por la abundancia del agua para sus cultivos y otros menesteres. Sé que la cultura Cajamarca apareció en estas mismas tierras y construyó esta maravilla de la ingeniería hidráulica, el canal labrado en la roca con alrededor de nueve kilómetros. Ésta era la saludable cuna de un pueblo que valoraba su bien renovable más importante: el agua.
Dentro de unos mil años pasaría por aquí el Qhapaq Ñan –o camino Inca–, que llegaba hasta la misma ciudad de Cajamarca, en donde los conquistadores capturarían a Atahualpa, el último Inca del Imperio. Nos acercamos para ver el atardecer. Ya se habían reunido aún más personas en el lugar. Familias enteras que venían de otros lados porque no vi casa alguna o lo que se le pareciese. Muchas se bañaban porque aunque era algo tarde, el sol quemaba fuerte. Otros jugaban salpicando el agua y mojándose entre ellos, niños y adultos. Más allá estaban cocinando, se podía ver el humo.

Cuando oscureció, encendieron algunas fogatas. Las familias con niños pequeños se habían retirado hacía un buen rato y los que aún permanecían en el lugar eran mayormente adultos. Iskay me señaló una piedra grande y bien iluminada con forma de cabeza. ‘Vamos al santuario’, me dijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario