martes, 17 de marzo de 2015

2 AVENTURAS EN ANDOAS – Enero 2015

Nos llamaron de improviso. Se trataba de una empresa de servicios de instalaciones, montajes y perforaciones que operaba en la selva peruana. Les habíamos suministrado anteriormente un juego de corona y piñón para una de sus camionetas y desde entonces habíamos incrementado nuestras relaciones comerciales. Solicitaban una visita para efectuar evaluaciones a fin de utilizar la iluminación con LEDs, nuestros productos estrella.
El destino se ubicaba en medio de la selva, en la región Loreto que colinda con Ecuador, en el lote 1-ABX para ser precisos. El punto más lejano para el desembarque era conocido como Teniente López, luego debíamos adentrarnos más en la localidad conocida como Andoas.
Ya me habían advertido que el calor era inclemente y que podríamos hablar de unos 45ºC a media tarde, razón por la que debería tomar las providencias del caso para evitar deshidratarme. De otro lado podríamos cruzarnos con algunas de las tribus que habitan en aquellos lugares, como los Achuar y otros más. Aunque, según las referencias, eran bastante amigables y se llevaban bien con las autoridades, no impidiendo las actividades diarias de aquella compañía ni de otras operando en ese sector.
Por inercia llevaba de paseo la piedra, no sabiendo porqué debía agregar más peso a mi equipaje. Hubiese sido mejor sellar la piedra en mi domicilio. De seguro inconscientemente esperaba una aventura adicional para reunir mayor información acerca de lo que me esperaba en el futuro o adónde empezaría a buscar a los siguientes servidores de la piedra. No llevaba conmigo los segmentos ni el jade por seguridad.
Llegamos a Teniente López. Hacía un calor del infierno, sobre todo para un limeño que no suele sufrir climas de más de treinta grados. No era el único que llegaba. Aprovechaban los convoyes de suministros para acomodar a algunos visitantes que como yo ofrecían sus productos y servicios in situ.
Empezó a llover. Las gotas caían con mucha fuerza, parecía que nos echaban el agua con baldes desde arriba. Menos mal que nos habían facilitado unos impermeables de plástico por donde el agua resbalaba mojándonos relativamente poco. Avanzamos caminando hacia el campamento a unos cincuenta metros. Las maletas y muestras venían en un carrito por detrás de nosotros, convenientemente protegidas de la lluvia.
Luego de acomodarme en un pequeño cuarto en donde ubiqué rápidamente mis cosas, esperamos a que la lluvia bajara un poco para conocer a los usuarios finales y junto con ellos poder iniciar el reconocimiento de la zona en donde se haría el estudio. Mientras tanto nos invitaron algunos refrescos de la zona, grato premio por las inclemencias del viaje.
Una vez que desplegué mis vituallas en el lugar asignado a mi persona, salí al corredor común entre las habitaciones de nuestros anfitriones. Encontré grata conversación al departir acerca de cada una de nuestras actividades y experiencias con los demás invitados.
De pronto la conversación se detuvo en las tribus de aquella localidad, algo poco conocido por la mayoría de paisanos. Los Achuar eran una de las etnias predominantes del lugar. Que hacían esto, que hacían aquello. Yo escuchaba con curiosidad cada detalle pues me interesaba de sobremanera debido a que posiblemente la piedra tendría determinado un encuentro con ellos o cualquier otra etnia del lugar.
Ya habían establecido nexos con las compañías de servicios para la exploración y explotación petrolífera. En un inicio se habían desarrollado con cierta desconfianza y hasta hostilidad pero después que las compañías se habían comprometido a apoyar a los lugareños y a no contaminar ni destruir innecesariamente la selva en su entorno, se había llegado a algunos acuerdos favorables para la coexistencia de las operaciones con la vida diaria de aquéllos. Todo se encontraba en relativa paz, incluso cuando las compañías se atrasaban en el abastecimiento de lo ofrecido –medicinas entre otras cosas– los nativos se acercaban hasta las operaciones para preguntar por el atraso. No había nada que evidencia agresiones o ataques.
Aunque últimamente se encontraron indicios de que se estaría generando un gran conflicto. Los nativos estarían cansados de ver cómo el lote cambiaba de propietarios y siempre escuchaban las mismas promesas por parte del estado peruano de eliminar la contaminación acumulada por más de treinta años. Los pasivos ambientales estaban ahí sin que a nadie se le ocurriese mover un solo dedo para corregir esta consecuencia de enriquecerse dejando la casa destruída debido a la indiferencia de los operadores, que progresivamente extraían la riqueza petrolera sin importarles el deterioro del ecosistema adyacente.
La lluvia continuaba ensañada con la selva y parecía que no se iría a terminar. La temperatura había bajado sensiblemente y aunque aún se sentía calor, al menos reinaba una ligera sensación de alivio.
Habíamos arribado al lugar alrededor de las nueve de la mañana y siendo cerca de las doce, la lluvia estaba dando señales de acabar. Nos avisaron que como había un poco de tiempo antes del almuerzo estaríamos saliendo al campo en diez minutos. Preparé mi Smartphone para tomar las fotos que me permitieran. Noté que no teníamos señal de teléfono. Nos explicaron que algunas veces la señal venía nítida, en cambio en otras oportunidades no había. La lluvia se había transformado en goteo y se terminó.

Debido a que era el mediodía, nos solicitaron pasar al comedor para el refrigerio, para tener la tarde disponible. Al parecer no llovería hasta dentro de algunas horas. El tiempo se presentaba bastante favorable.

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