Nos llamaron de improviso. Se
trataba de una empresa de servicios de instalaciones, montajes y perforaciones
que operaba en la selva peruana. Les habíamos suministrado anteriormente un juego
de corona y piñón para una de sus camionetas y desde entonces habíamos
incrementado nuestras relaciones comerciales. Solicitaban una visita para efectuar
evaluaciones a fin de utilizar la iluminación con LEDs, nuestros productos
estrella.
El destino se ubicaba en medio de
la selva, en la región Loreto que colinda con Ecuador, en el lote 1-ABX para
ser precisos. El punto más lejano para el desembarque era conocido como
Teniente López, luego debíamos adentrarnos más en la localidad conocida como
Andoas.
Ya me habían advertido que el calor
era inclemente y que podríamos hablar de unos 45ºC a media tarde, razón por la
que debería tomar las providencias del caso para evitar deshidratarme. De otro
lado podríamos cruzarnos con algunas de las tribus que habitan en aquellos
lugares, como los Achuar y otros más. Aunque, según las referencias, eran
bastante amigables y se llevaban bien con las autoridades, no impidiendo las
actividades diarias de aquella compañía ni de otras operando en ese sector.
Por inercia llevaba de paseo la
piedra, no sabiendo porqué debía agregar más peso a mi equipaje. Hubiese sido
mejor sellar la piedra en mi domicilio. De seguro inconscientemente esperaba
una aventura adicional para reunir mayor información acerca de lo que me
esperaba en el futuro o adónde empezaría a buscar a los siguientes servidores
de la piedra. No llevaba conmigo los segmentos ni el jade por seguridad.
Llegamos a Teniente López. Hacía un
calor del infierno, sobre todo para un limeño que no suele sufrir climas de más
de treinta grados. No era el único que llegaba. Aprovechaban los convoyes de
suministros para acomodar a algunos visitantes que como yo ofrecían sus
productos y servicios in situ.
Empezó a llover. Las gotas caían
con mucha fuerza, parecía que nos echaban el agua con baldes desde arriba.
Menos mal que nos habían facilitado unos impermeables de plástico por donde el
agua resbalaba mojándonos relativamente poco. Avanzamos caminando hacia el
campamento a unos cincuenta metros. Las maletas y muestras venían en un carrito
por detrás de nosotros, convenientemente protegidas de la lluvia.
Luego de acomodarme en un pequeño
cuarto en donde ubiqué rápidamente mis cosas, esperamos a que la lluvia bajara
un poco para conocer a los usuarios finales y junto con ellos poder iniciar el
reconocimiento de la zona en donde se haría el estudio. Mientras tanto nos
invitaron algunos refrescos de la zona, grato premio por las inclemencias del
viaje.
Una vez que desplegué mis vituallas
en el lugar asignado a mi persona, salí al corredor común entre las
habitaciones de nuestros anfitriones. Encontré grata conversación al departir
acerca de cada una de nuestras actividades y experiencias con los demás
invitados.
De pronto la conversación se detuvo
en las tribus de aquella localidad, algo poco conocido por la mayoría de
paisanos. Los Achuar eran una de las etnias predominantes del lugar. Que hacían
esto, que hacían aquello. Yo escuchaba con curiosidad cada detalle pues me
interesaba de sobremanera debido a que posiblemente la piedra tendría
determinado un encuentro con ellos o cualquier otra etnia del lugar.
Ya habían establecido nexos con las
compañías de servicios para la exploración y explotación petrolífera. En un
inicio se habían desarrollado con cierta desconfianza y hasta hostilidad pero
después que las compañías se habían comprometido a apoyar a los lugareños y a
no contaminar ni destruir innecesariamente la selva en su entorno, se había
llegado a algunos acuerdos favorables para la coexistencia de las operaciones
con la vida diaria de aquéllos. Todo se encontraba en relativa paz, incluso
cuando las compañías se atrasaban en el abastecimiento de lo ofrecido
–medicinas entre otras cosas– los nativos se acercaban hasta las operaciones
para preguntar por el atraso. No había nada que evidencia agresiones o ataques.
Aunque últimamente se encontraron
indicios de que se estaría generando un gran conflicto. Los nativos estarían
cansados de ver cómo el lote cambiaba de propietarios y siempre escuchaban las
mismas promesas por parte del estado peruano de eliminar la contaminación
acumulada por más de treinta años. Los pasivos ambientales estaban ahí sin que
a nadie se le ocurriese mover un solo dedo para corregir esta consecuencia de
enriquecerse dejando la casa destruída debido a la indiferencia de los
operadores, que progresivamente extraían la riqueza petrolera sin importarles
el deterioro del ecosistema adyacente.
La lluvia continuaba ensañada con
la selva y parecía que no se iría a terminar. La temperatura había bajado
sensiblemente y aunque aún se sentía calor, al menos reinaba una ligera
sensación de alivio.
Habíamos arribado al lugar
alrededor de las nueve de la mañana y siendo cerca de las doce, la lluvia
estaba dando señales de acabar. Nos avisaron que como había un poco de tiempo
antes del almuerzo estaríamos saliendo al campo en diez minutos. Preparé mi
Smartphone para tomar las fotos que me permitieran. Noté que no teníamos señal
de teléfono. Nos explicaron que algunas veces la señal venía nítida, en cambio
en otras oportunidades no había. La lluvia se había transformado en goteo y se
terminó.
Debido a que era el mediodía, nos
solicitaron pasar al comedor para el refrigerio, para tener la tarde disponible.
Al parecer no llovería hasta dentro de algunas horas. El tiempo se presentaba
bastante favorable.
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