El
lugar destinado a iniciar el viaje era siempre el mismo. Caminé hacia el árbol
que se encontraba en las afueras de la pequeña ciudad y al estar a unos treinta
pasos más o menos, el portal me llevó hacia mi siguiente destino.
Desperté
sentado en una calle empedrada, ubicada en una subida. Al parecer estaríamos en
un pequeño cerro, con casas y calles acomodadas de la mejor manera en las
inclinaciones del lugar.
Me
recuperé de un leve mareo, remanente del efecto cuántico del viaje. Aún sentía
cómo había pasado por el microondas, pero no era tan fuerte como la primera
vez.
Volviendo
a lo que venía a hacer, Critias aún no aparecía por ninguna parte. Como ya
conocía la ciudad y ese barrio en especial, caminé lentamente hacia el lugar
del encuentro. Pasando por lo que sería un mercado, recién pude encontrarlo
mezclado con la gente del lugar. Luego de tomar una manzana y empezar a
engullirla, caminó hasta cruzar nuestros caminos.
-Discúlpame
pero las manzanas de este lugar son extremadamente deliciosas-, decía mientras
volvía a darle un gran mordisco.
-Menos
mal que nadie me dirigió la palabra. El mareo tampoco fue un problema-.
-Tu
cuerpo ya se ha acostumbrado. A pesar de haber viajado dos y media veces más
que cualquiera de tus viajes, ya no te molesta tanto. Eso te ayudará mucho al
llegar al área 51. Te dará reacción inicial al momento de llegar-.
Seguimos
caminando hacia arriba. Varios niños se encontraban jugando con una pelota,
evitando que se vaya cuesta abajo por el camino empedrado; algunos la pateaban,
otros la empujaban con las manos.
-Esto
que ves es lo que se considera un orfanato. Estos niños se ven felices porque
aquí la sociedad les ha hecho un lugar en sus vidas. Esas señoras que ves por
allá y que cuidan de los más pequeños son las encargadas del lugar. A pesar que
aquí la violencia casi no existe, ellas toman nota de cualquier extraño. No te
preocupes, yo ya tuve el placer de presentarme como un pequeño comerciante y
viajero. Después de hacer a escondidas una pequeña donación de alimentos,
siempre soy bien recibido. Aquí se considera una muy buena costumbre ayudar al
mantenimiento de los niños y jóvenes que han quedado huérfanos. Las personas
voluntarias dan de su tiempo para atenderlos, enseñarles y hasta jugar con
ellos. Todos son hermanos mientras viven aquí. Ese es el sustento que hizo
grande a los atlantes, la solidaridad-.
Mientras
las señoras saludaban a Critias con la mano –yo también lo hice- continuamos
cuesta arriba hasta llegar a lo que parecía una pequeña escuela. Sillas para
niños, juguetes amontonados en la parte posterior, un joven solitario revisando
apuntes en lo que serían pergaminos. Critias se adelantó, presentándome a Ogul,
quien lo reconoció de inmediato. No contaría con más de veinte años, algo más
alto que yo y de piel quemada por el sol tan cálido y permanente en esta zona
que sería el Caribe. Sonriendo se le acercó y lo abrazó como a un viejo amigo.
Yo los miraba tratando de poner mi mejor cara, pero de hecho que sentía una
gran curiosidad por el cuadro que presenciaba. ¿Serían amigos de siempre?
Bueno, para bien de nuestra misión eso debía parecer. Me presento a su amigo
mientras le daba una explicación en idioma atlante, del que yo conocía muy
poco. Cuando terminó de hablarle de mí, el rostro de Ogul había cambiado.
Llevaba entre asombro y algo de molestia, pero no hacia mi persona pues miraba
de reojo el pergamino. Sabía algo de lo que veníamos a hacer; Critias se
encargó de darle el toque final. Después de un breve silencio, Ogul se presentó
diciendo solamente su nombre, dándome la mano y cogiendo mi antebrazo en ese
momento. […]
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De
pronto fui atravesado por el portal de microondas y quedé transportado a lo que
sería una instalación mucho más moderna que el pueblo que acababa de abandonar.
El ambiente era pequeño, por lo que pensé que no era público. En las paredes se
encontraban colgadas unas pantallas semejantes a las que vi en Qumram. Por
alguna razón tenían cierta similitud, pero pensé que se trataría solamente de
una coincidencia por facilidad ergonómica.
No me
atreví a tocar nada, ni siquiera a pensar en cómo funcionaría porque sospechaba
que se podría activar algún dispositivo. Me limité a mirar. También había una gran
mesa de reuniones, ahora vacía. Me interné un poco más en esta sala, sin perder
de vista el lugar en donde había aparecido junto con las señas que me
permitirán ubicarlo con precisión. De pronto escuché una fuerte discusión en
uno de los apartados de la sala. Me acerqué con cuidado que no me viesen, para
ver lo que estaría ocurriendo. Asomé mis narices por una puerta que se
encontraba abierta y de donde venían las voces. Me encontré nuevamente con
Ogul, quien después de cruzar gritos con su interlocutor, cortaba la
comunicación que se efectuaba a través de una pantalla virtual. En eso voltea y
se queda petrificado. Me había reconocido, de eso no había la menor duda.
Se me acercó con cierta desconfianza, aún no se recuperaba del colerón
recibido. Me imaginaba que se estaba ordenando al equipo de la defensa iniciar
el ataque a los lemurianos sin efectuar las pruebas iniciales, mientras que él
se oponía rotundamente. Ya nada se podía hacer, la suerte estaba echada.
Rápidamente
cogió unos cristales que miró a contraluz para verificar algo. Sólo una docena
fueron introducidos en una bolsa de tela que llevaba con él. Dio una última
mirada a todo el equipamiento desarrollado, a las pantallas interactivas que
ahora se encendían con colores brillantes a manera de advertencia y a los
controles en la mesa de operaciones en donde abundaban los cristales
incrustados en la misma, que ahora se iban encendiendo uno tras otro. Sí, ya se
había iniciado el ataque. En poco tiempo lograrían despachar a sus enemigos al
fondo del océano Pacífico, pero no podrían controlar la energía y sus efectos
se volverían también contra ellos. Nada se podría hacer, la decisión tomada era
irreversible. Luego que terminó de ver el proceso iniciado, giró hacia mí. Me
tendió la mano como la primera vez que lo visitamos y le hice una seña para que
me siguiera. No estaba nada contento, un aire de frustración y enojo lo
describían por completo pues lo habían traicionado. Le pasé un medallón
adicional indicándole que se lo colocara al igual que el que yo llevaba puesto
pues no había mucho tiempo.
Una
vez que se lo puso nos paramos en donde aparecí al llegar a este tiempo. Los
pasos de personas apuradas se escuchaban, pero un suave cosquilleo en el pecho
me anunciaba nuestra partida, era el portal cuántico que venía por nosotros. En
ese instante un terremoto empezó a sacudir las instalaciones atlantes y se
amplificaba en forma desmesurada. A pesar que en mi patria había vivido una
veintena de sismos -la cuarta parte fueron muy fuertes-, este no daba tiempo
para nada, crecía y crecía hasta que por fin el portal nos llevó nuevamente a
Qumram.
Apenas
llegamos pude ver que nos estaban esperando con mucha ansiedad, porque apenas
determinaron que éramos dos personas escuché un grito al unísono. Nuestro plan
seguía cumpliéndose tal como fue concebido. Ogul fue llevado hacia Qumram
mientras que yo me quedaba solamente con mis dos amigos, quienes me pidieron
les cuente lo que había ocurrido. Acepté una cerveza helada para celebrar
nuestro éxito parcial, pero aún faltaba mucho por recorrer.
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